Cuando “Filomena” desembarcó en Madrid, las autoridades de la capital del reino se apresuraron a decir que no se podía hacer nada, hasta que no terminara la nevada. Y la mayor parte de la gente se lo creyó, porque, lógicamente, no sabía una palabra de cómo se pergeña un plan de actuación para este tipo de catástrofes. Así que, la gente se resignó a ver caer la nieve, copo tras copo, hasta alcanzar una desproporcionada altura. Y las calles se cubrieron con una capa blanca que la dejaba oculta en toda su extensión. De manera que no se sabía dónde empezaba la acera y terminaba la vía. Y los cinturones de circunvalación que dan vida al tráfico de la ciudad, M-30 y M-40, desaparecieron de la vista, confundiéndose con el campo. Solo la presencia de centenares de coches, autobuses y camiones, aprisionados en la nieve, servía de referencia para quien estuviera observando el espectáculo desde lejos. Otro tanto pasó con el aeropuerto de Barajas, donde los aviones no llegaban a aterrizar ni a despegar. Y se continuaba insistiendo en que había que esperar a que todo terminara, para comenzar a hacer algo. Cuando esto escribo han transcurrido diez días, y las calles continúan estando impracticables. Solo se abandona el hogar cuando no queda otra que hacerlo o para poder acudir al trabajo. En esos desplazamientos la gente se debate entre mantenerse en pie o perder el equilibrio, mientras los hospitales atienden cientos de fracturas producidas en los miles de caídas que se están produciendo.

Cuando acabó de caer la nieve, llegó una tremenda ola de frío que formó enormes placas de hielo de muchos centímetros de espesor. Y claro, cuando se empezó a hacer algo, no había manera de hacerlas desaparecer. Así pudimos ver, y continuamos viendo, diez días después, a unidades del ejército realizando un esforzado trabajo, a base de pico y pala, para tratar de despejar lo que buenamente pueden.

Y en esas estábamos, cuando asistimos, en la tele, a una entrevista hecha al alcalde Ávila, quien afirmó que, en estos casos (en los de las nevadas) ellos tienen experiencia, ya que en su ciudad eso sucede todos los años. Según dicho edil, la práctica viene a decir que hay que empezar a actuar de manera inmediata, en cuanto se conoce el comienzo de la nevada, al objeto de evitar que lleguen a producirse esas peligrosas placas de hielo. De hecho, en la ciudad de Ávila, según el alcalde, así han actuado. Y, al día siguiente, las calles se encontraban casi despejadas, quedando garantizado el acceso a escuelas y hospitales, el funcionamiento del transporte público, y la recogida de basuras. Y la ciudad pudo continuar adelante.

O sea que, al parecer, existen, al menos, dos criterios, el del alcalde Ávila (actuar al comienzo) y el del alcalde de Madrid, la presidenta de la Comunidad Autónoma, AENA y el Ministerio de turno (actuar al final).

Si bien es cierto que las características de ambas ciudades no son homogéneas, y, por tanto, no permiten hacer amplias extrapolaciones, sí que es posible partir del mismo principio, bien empezar a actuar de manera inmediata, en cuanto se llegue a disponer de información sobre la catástrofe, o esperar a ver qué pasa.

Los que no entendemos de estas cosas, no estamos capacitados para decir cuál es el más adecuado. Pero si podemos decir que en Ávila han funcionado bien las medidas que han tomado, y desastrosamente mal las de Madrid. Así que, si nos dieran a elegir, y visto lo visto, con toda probabilidad nos inclináramos por el método empleado en la ciudad de Santa Teresa.

Lo que sí está claro que, para poder actuar con éxito ante estas circunstancias, hay que estar preparados y tener dispuesto un plan de acción bien estudiado. Y en Ávila, parece ser, que lo tienen bien ajustado, mientras que en Madrid o no existe o no ha funcionado debidamente.

A la hora de las inauguraciones todos se dan codazos por salir en la primera fila de la foto, pero cuando se da el caso de tener que dar la cara por no haber sido capaces de paliar un desastre, empiezan a proliferar las actuaciones teatrales protagonizadas por verdaderos maestros en el arte de quitarse el muerto de encima. De hecho, la imputación de las culpas, entre partidos e instituciones, ya ha comenzado. Quizás la más destacada sea, como viene siendo habitual, la de la presidenta de la Comunidad, que se ha quejado amargamente de no haber sido avisada. Afirmación realmente sorprendente, pues en Madrid lo sabía hasta el Tato.

El caso es que la “Filomena”, en Madrid, ha dejado un reguero de actuaciones caóticas, que reflejan la improvisación y el afán de protagonizar un espectáculo deprimente.

Un plan de emergencia, bien estudiado y contrastado, es tan necesario como básico, y en el caso de Madrid, con mayor motivo, por tratarse de una gran urbe.