No hará falta que recuerde el conocido proverbio: “Lo que natura no da, Salamanca no lo presta”. Puedo suscribirlo; y lo que se dice prestar: algún suspenso con todo merecimiento, también algún sobresaliente por cuenta propia. Así queda todo aclarado.

Pero toca hablar de la naturaleza climática que se ha hecho presente al par que la llegada de las vacunas, como queriendo recordarnos otro refrán, el de “Año de nieves, año de bienes”. A ver si es verdad, porque de males estamos bien servidos.

Llegó ella, la nieve, cuando la dábamos por desaparecida, casi extinguida, como una “especie” más del mundo natural, tan esquilmado últimamente. La naturaleza tiene estas cosas, llamémoslo venganza, retorno, o pose presumida para millones de fotos.

La nieve nos iguala con ese manto blanco que tanto incordia como alegra; una paradoja de belleza e incomodidad, de estética y exhibicionismo, con un poder de conquista que todo lo ocupa. La nieve cubre y empaqueta el mundo. Es un lienzo virgen, Una pintura conceptual: asombra y desconcierta. Performance del invierno. Fantasma del frío. “La nieve son nubes cansadas de flotar”. La greguería es mía; lo que sigue de Antonio Machado:

Es mediodía. Un parque

Invierno. Blancas sendas;

Simétricos montículos

y ramas esqueléticas …

El agua de la fuente

resbala, corre y sueña

lamiendo, casi muda,

la verdinegra piedra.

Los versos escuetos y sencillos del poeta son un cuadro magníficamente pintado con pocas palabras, como el de Monet con reducida paleta de colores dominados por el blanco. Pero hay un detalle en la pintura impresionista: la urraca posada en el vallado como único protagonista vivo y visible de un mundo oculto y silenciado por la nieve. La urraca, en su pequeñez y ligereza, atrae la mirada y sujeta toda la composición, sin ella el cuadro son brochazos blancos deshilachados. Hagan la prueba, oculten y destapen el ave con el dedo y verán que el cuadro se descompone y restaura a la vez que el ave se oculta o aparece. Es la magia del arte, pero tiene truco porque el artista ha dibujado el pájaro en el espacio donde nuestro ojo posa la atención que en el arte recibe el nombre de “proporción aurea”, también llamada divida proporción. Si el cuadro se dibuja y compone siguiendo dicha regla matemática tendrá la armonía y belleza que desprenden numerosas obras de arte, como el cuadro que contemplamos. La matemática duerme bajo los puentes, navega en los océanos de la música y se oculta en los copos de nieve que no deja de ser un cristal de medidas exactas, visto al microscopio. Dicho esto, el pájaro, la pega posada, viene a ser el vuelo quieto de los números, el silencio de vida que la nieve deja.

Sin embargo, hay algo que escapa a la lógica del número y consigue la belleza por el camino de la poesía pues una metáfora no tiene lógica ni estructura matemática, pero sabemos que los versos tienen métrica y rima que sigue orden numérico. Curiosamente el llamado “verso blanco” se caracteriza por llevar métrica sin rima. El verso libre ni lo uno ni lo otro.

“¿Qué es poesía? Eterna pregunta. La poesía, desde luego, solo da respuesta a estados del alma, sensaciones no cuantificadas por ese arte que caracteriza a la lírica. Si en un copo de nieve hay una arquitectura oculta, por el verso corre un río subterráneo de emociones.

La última tormenta de nieve se ha saltado nuestra ordenada rutina social, la matemática que sustenta puentes, costumbres y edificios. Por contra, regala poesía, arte y cencellada.

Permitan que termine repitiéndome: “La nieve son nubes cansadas de flotar”.