A lo largo del siglo pasado las cafeterías fueron espacios donde ciudadanos y políticos se encontraban, intercambiaban opiniones y trataban los problemas sociales de su tiempo. Desde las famosas tertulias literarias de Ramón Gómez de la Serna en el “Café Pombo”, hasta el incidente por el que Valle-Inclán perdería su brazo izquierdo en el “Café de la Montaña”, pasando por establecimientos menos ilustres en toda la geografía española, el café ha sido “un lugar para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y la curiosidad”, como señalaba el crítico literario George Steiner.

Una buena muestra de ello fueron el “Café Español” o “La Golondrina” de la Plaza Mayor zamorana, bares y restaurantes históricos que han ido escribiendo nuestra historia entre cafés, comidas y sobremesas. Lugares de encuentro para la conversación y el debate que han guardado anécdotas para el recuerdo y que, tristemente, en estos días afrontan sus horas más bajas. Las medidas erráticas de la Junta de Castilla y León en la contención del coronavirus han venido a oscurecer todavía más el precario horizonte al que los hosteleros de toda la región se enfrentan. Por ello, no es de extrañar que muestren su malestar y su desencanto con los políticos. A pesar de cumplir de manera escrupulosa y ejemplar las nuevas medidas que se les ha exigido en cada momento, ven con impotencia como un nuevo cierre de sus espacios los penaliza injustamente y los sitúa otra vez al borde del cadalso.

De esta indignación nace el desencuentro entre hosteleros y políticos, y nos aleja cada día un poco más de lo que nuestros bares y cafeterías fueron en otro tiempo. La crisis sanitaria no solamente ha generado distanciamiento social sino que nos está privando de todos aquellas conversaciones que daban sentido a nuestras vidas cotidianas. Mientras los establecimientos se vacían y la hostelería languidece, los políticos son percibidos, cada vez más intensamente, como gente que toma decisiones en la lejanía de sus despachos y que está totalmente desconectada de la realidad que les rodea.

Desde la política municipal, por su proximidad al vecino y al ciudadano de a pie, estamos en la obligación de hacer todos los esfuerzos posibles por revertir esta situación. No es suficiente con entender ese malestar sino que impera la necesidad de poner los medios para revertirlo. En el Grupo Municipal del PSOE lo tenemos claro. En el mes de diciembre solicitamos la Convocatoria del Consejo Sectorial de Comercio para debatir con los comerciantes las mejores iniciativas para la campaña navideña y para evaluar el impacto de la primera oleada de los Zamora Bonos. Al mismo tiempo que alertábamos sobre la necesidad de ampliar su cobertura a otros sectores como la hostelería o los gimnasios y centros deportivos, que día a día van viendo como las expectativas de continuidad de sus negocios son cada vez más inciertas.

Probablemente no sean las mejores horas para ser optimista, pero sí lo son para realizar un examen de conciencia. Detrás del eslogan “ni un café a los políticos” se encierra buena parte de la rabia e impotencia que sufrimos al ver cómo nuestros proyectos vitales se ven truncados por una crisis sanitaria que parece no tener fin, pero también está el desencanto ante unas decisiones políticas que son percibidas como improvisadas, inefectivas e insuficientes. Para remediar esta situación es preciso derribar esa barrera entre políticos y ciudadanos antes de que sea infranqueable. A la vista está que muchas decisiones pueden no tener el éxito que se espera de ellas, pero deben contar con la participación de la sociedad civil para que sean lo menos desafortunadas posible. Como venimos insistiendo los concejales socialistas a lo largo de todo el mandato, consultar, proponer e implementar medidas tiene que ser parte de un engranaje que funcione, sin excepción y en todo momento, como un círculo virtuoso dónde el diálogo ocupe un lugar privilegiado.

Tenemos el deber de restituir el papel histórico del café en nuestras sociedades como espacio de intercambio y conversación. Para recuperar el pulso de la calle, los bares y cafeterías deben dejar de ser estigmatizados como focos de contagio y convertirse de nuevo en ese lugar de encuentro donde los ciudadanos y los políticos se reunían para discutir los problemas de su comunidad. Porque la política no es cuestión de hacer por hacer, sino que exige la capacidad de escuchar y de intercambiar opiniones para que las decisiones sean lo más adecuadas posibles. Y porque, antes de que un hostelero niegue el primer café, desde la política tienen que cambiar muchas cosas para no ser dignos merecedores de que nos señalen el camino hacia la calle.