Los españoles nos estamos acostumbrando a que el Ejército nos saque las castañas del fuego, sobre todo en momentos cruciales hasta el punto de que se han convertido en, más que necesarios, imprescindibles. Su presencia ofrece siempre garantías. El servicio que prestan es valiosísimo y su ejemplo digno de encomio. Lo mismo echan no una sino las dos manos en una pandemia que en un accidente múltiple, que tratando de paliar los efectos, a veces devastadores, de los fenómenos naturales, como ahora en su lucha contra el temporal. Como diría el castizo, igual valen para un roto que para un descosido.

Al magnífico servicio público que prestan hay que añadir otro impagable: el servicio humanitario. Los hombres y mujeres del Ejército español saben hacer el bien sin mirar a quien. No me extrañan las múltiples felicitaciones que reciben por su trabajo bien hecho, a conciencia, a veces hasta la extenuación y sin que para las unidades que intervienen haya un descanso reparador y confortable. Así se demostró en pleno confinamiento, durante el trimestre maldito, durmiendo en el suelo como si indigentes fueran.

Nuestros militares, especialmente los de la UME, han tenido que vivir experiencias desgarradoras, de esas que dejan huella, de esas que dejan vestigios y no precisamente a flor de piel sino en los adentros. Ellos también se merecen el aplauso unánime de todos los españoles de bien. De bien nacidos es mostrarse agradecidos, y hay que decírselo públicamente. Como millones de españoles siento hacia nuestro Ejército una profunda gratitud y un inmenso orgullo. Y lo siento igual por su pasado y su presente. No me cabe duda que el futuro seguirá sirviendo para demostrar su necesidad, “la fuerza de sus valores”, su coraje, su lealtad y el honor que acreditan.

Cuán orgullosos podemos sentirnos todos los españoles, incluso los reticentes, al poder contar con un Ejército como el nuestro que, además, es ejemplo a imitar en otras milicias internacionales, incluida la estadounidense. Con la que está cayendo y ellos, y solo ellos, han sido y son capaces de garantizar nuestra seguridad haciendo posible lo imposible y protagonizando, en situaciones difíciles, momentos únicos que deberían hacerse públicos para conocer la magnitud, el calado humanitario del trabajo que realizan estos hombres y mujeres.

A quien corresponda y sabiendo que España cuenta con maquinaria moderna, debería caérsele la cara de vergüenza, viendo a los militares quitar el hielo del pavimento con pico y pala, como hace cincuenta años. Así ha venido sucediendo en el aeropuerto de Barajas. Nuestro Ejército lo da todo sin esperar nada a cambio, he ahí su grandeza. Gracias, muchas gracias al Ejército por su trabajo.