En otoño de 1936, en la retaguardia en plena guerra civil, la provincia Salamanca, se convirtió frecuentemente en “una salvaje y sangrienta pesadilla de represión”. Aparecían muertos, asesinados, en las cunetas o junto a las tapias de los cementerios. Algunos de ellos eran amigos o conocidos de Unamuno, y este no pudo hacer nada por salvarles la vida. Entre ellos había intelectuales, maestros de escuelas, profesores, ediles, boticarios, paisanos y currantes de a pie…

El reciente documental “Palabras para el fin del mundo” de Manuel Menchón da fe de esos atropellos de la “inmunda falanjería” facciosa. La Falange estampó la impronta de un estilo peculiar, fajista, en todas sus acciones bélicas y represivas, Y también en los artículos, poemas, ensayos y libros que dieron a la luz sobre Unamuno. Así como con la imagen, cuerpo y espíritu del anciano rector.

En sus funerales, según la memoria familiar, “aparecieron unos falangistas, agarraron el féretro y se lo llevaron sin más”. En el documental de Menchón, los que se muestran en las fotos del entierro portando el ataúd, son identificados como colaboradores de Millán-Astray y su servicio de Prensa y Propaganda (falangistas periodistas y escritores). Otros profesores que compartieron claustro universitario con él, llevaron las cintas del féretro y los cirios durante el sepelio. Pero ya algunos antes le habían traicionado; luego fueron colaboradores activos del régimen franquista durante la guerra y la Dictadura.

Los falangistas, vestidos de azul mahón y con correajes, mientras lo encerraban en su nicho, ante su tumba abierta, osaron gritar sin ningún respeto, brazo en alto y mano abierta: “¡Camarada Miguel de Unamuno y Jugo!”. Y el orfeón de la Falange contestó: “¡Presente!”. “¡Arriba España!”.

Estos pretendían hacerle ideólogo de la causa fajista sin darse cuenta del desprecio que Unamuno sentía por los arribistas. “Tal vez por eso retembló el nicho donde fue enterrado cuando los azulados gritaron ¡arriba España! en el cementerio”.

A esa falanjería le faltó tiempo para apoderarse de su cadáver, hacer un funeral de relieve según su ritual y reivindicarlo en lo sucesivo como “uno de los nuestros”. Por eso, el relato de B. Aragón, Loscertales y (falangistas) de la Oficina de Prensa y Propaganda de Millán Astray, ha sido una más de las ´fake news´ y sus crónicas ´ad hoc´ que se colaron desde la Dictadura hasta la Transición. Y luego perduraron en la trasformación de algunos escritores desde el falangismo-franquismo al cristianismo social, algo “descafeinado” aún en democracia y en progresismo.

Pero no fue el azar quien llevó a Unamuno a proclamar la República en Salamanca desde el balcón del Ayuntamiento en 1931. Es más, una de las razones que le animaron a ponerse del lado de los sublevados en las primeras horas del golpe militar de julio del 36, fue el apoyo que los rebeldes aparentaron dar a la República, al terminar sus bandos vitoreándola, y haciendo ondear la bandera republicana en el Ayuntamiento hasta mediados de agosto. Durante unos cuantos días Unamuno creyó que Franco lo hacía “a favor de una rectificación de la República” –más bien de los gobiernos republicanos–, para corregir los excesos revolucionarios del Frente Popular, que se había entregado al empuje radical anarco-comunista.

Algunos críticos con el documental de Menchón sobre Unamuno –aún sin verlo– disparatan y ellos mismos incurren en errores garrafales con su versiones, basadas en relatos orales que construyen una verdad cómoda y fácil de digerir.

La psicología de la percepción abunda en que los recuerdos son erróneos y poco precisos la mayor parte de las veces. Cada individuo construye su percepción y sus recuerdos; los adorna y los completa. Es más, por ejemplo, las declaraciones a posteriori –unas muy dudosas–, años después, de testigos directos de los hechos del Paraninfo (Unamuno con M.Astray), se contradicen entre sí y abundan en las inexactitudes. El mito creado por el falangismo desde 1936 no es nada baladí, porque escenifica el enfrentamiento histórico entre una memoria republicana y otra falangista-franquista.

No reconocemos lo de asesinato ¿Pero provocado o inducido o involuntario? Asesinarlo, asesinarlo, no creemos que Bartolomé Aragón lo hiciera. No tenía razones para ello, ni se ha documentado nada al respecto. Tampoco se insinúa nada de cómo pudo hacerlo y porqué (en principio iba a ir acompañado, y así fue hasta la puerta de la casa de Unamuno, por uno de los mejores amigos y compañeros, su sustituto como rector, Esteban Madruga).

Algunos biógrafos del escritor insisten en que la defunción de Unamuno fue de muerte natural, imprevista y repentina. Debida fundamentalmente a las dos enfermedades crónicas que padecía: hipertensión arterial y arterioesclerosis, desencadenantes de la hemorragia bulbar que terminó con su vida. Y a eso añaden también la depresión moral que sufría en los últimos meses y su avanzada edad

¿Pudo ser que algo violento, como fue la fuerte discusión que provocó el falangista Aragón, soliviantara a Unamuno en demasía? Y eso, para su grave enfermedad y su débil corazón fue excesivo, creo, provocándole, llámese una hemorragia bulbar o un infarto cerebral. Urge elaborar una escritura y lectura alternativa a los tópicos más conservadores del nacional catolicismo y del falangismo que deconstruyan esa crónica –novelada y poetizada– del fallecimiento y entierro de Unamuno.