Cuando era un chaval, en mi pueblo vivía una señora de nombre Filomena. Aunque de eso hace ya muchos años, la recuerdo como si la estuviera viendo, sentada en la puerta de su casa, charlando con las vecinas, tomando el sol, cosiendo, disfrutando del fresco en las noches de verano, de camino a la tienda, a la panadería o a misa, bajando a los lavaderos o simplemente paseando por las callejuelas del pueblo. Si la señora Filomena viviera en estos momentos, no se creería que su nombre pudiera ser tan famoso y que, entre todos los apodos posibles, se hubiera elegido el suyo para bautizar a uno de los fenómenos meteorológicos que está causando tantos problemas en la vida cotidiana de tantas personas. Y todo por culpa de un intenso temporal de frío y nieve, como no se conocía desde hacía muchos años, según cuentan los expertos de la Agencia Estatal de Meteorología, es decir, los hombres y las mujeres del tiempo, y los viejos del lugar, que de estas cosas saben mucho y guardan muchas anécdotas y recuerdos en sus memorias.

Si la señora Filomena viviera hoy nos contaría a todos que también en sus tiempos nevaba, incluso mucho más que en la actualidad, aunque con las imágenes de televisión pueda parecer otra cosa. Que en su pueblo (Santovenia del Esla, que ahora se ha hecho famoso por un décimo del primer premio de la lotería de El Niño) y en los pueblos vecinos era habitual encontrarse con nevadas de varios centímetros y con unas heladas espectaculares que duraban varios días con sus respectivas noches, como cantaría Joaquín Sabina. Nos confesaría también que los famosos carámbanos y pinganillos, que colgaban de los tejados, eran larguísimos, lo que permitía que los chavales disfrutaran como enanos, tratando de arrancarlos de las tejas para lanzarlos contra los demás o, como hacían otros, para llevarlos a la boca como si fueran helados de verano. Y que los mozalbetes aprovechaban también esas situaciones para deslizarse por las lagunas y regatos, congelados, o atravesar el famoso barrero, también congelado, muy cerca de donde ella vivía.

Hoy, sin embargo, cualquiera que no haya conocido y vivido los tiempos pasados podría llegar a la conclusión de que la llegada de la nieve es un fenómeno raro e inaudito por estos lares. Y no, qué va. Puede serlo en Canarias, en el sur, en zonas de Castilla-La Mancha o Extremadura. Pero aquí y en el resto de la Península Ibérica, lo que estamos viendo estos días ya se ha presenciado en épocas anteriores. Yo, al menos, así lo recuerdo. No obstante, la novedad son los problemas que estos fenómenos meteorológicos ocasionan en la movilidad y en los desplazamientos, motivados sobre todo por el crecimiento espectacular del parque automovilístico durante las últimas décadas, agravados también por las conductas irresponsables de muchos ciudadanos, que no prestan atención a los avisos de alerta y salen a la carretera simplemente a disfrutar de una aventura por carreteras blancas y sin cadenas en los coches. Vamos, como si esto fuera un juego de chavales, como los que hacíamos en los tiempos de la señora Filomena. La de verdad.