Hay dos momentos en la vida propicios para hacer amigos. Uno de ellos se centra en la época de la adolescencia, cuando no sabes lo que te pasa, ni hacia dónde tienes que dirigir tus pasos. La otra, coincidiendo con la infancia de los propios hijos cuando - ya sea en el parque o en los cumpleaños - no te queda otra que relacionarte con los padres de sus compañeros de guardería. Ambas épocas son claves para hacerte con amigos, aunque, entre medias hayas podido empatizar, ya sea en la universidad o en el trabajo, con gente que te haya resultado afín.

Viene a resultar difícil lo de trabar amistad con personas que llegas a conocer más tarde, cuando ya tienes tu vida encarrilada. En parte, porque sueles disponer de menos tiempo para compartir los suficientes momentos que te permitan intimar. Y en parte, también, porque ya no estás dispuesto a aguantar manías, usos y costumbres, del primero o la primera persona que pueda aparecer en tu camino.

Pero siempre existen excepciones. Cuando menos te lo esperas, llegas a conocer a alguien con quien se te hace agradable compartir momentos. Te encuentras a gusto con él, o con ella. Departes en cualquier charleta. Profundizas en determinados temas, que, en general, no estás dispuesto a compartir con cualquiera. Esas cosas ocurren. Y no sabes bien por qué. Y, cuando suceden, llegas a dar gracias. Porque eres consciente que es difícil depositar tu confianza en alguien que has llegado a conocer con retraso, y del que, durante muchos años de tu vida, no sabías nada de su existencia.

Es gratificante tener amigos que has conocido así, con los que puedes cambiar impresiones, o discutir de determinados temas, que has considerado tabúes cuando hablabas con otros. Sabiendo que cuanto le puedas confiar nunca lo utilizará para hacerte daño. Pero, si además de ser un fiel amigo, es poseedor de determinados conocimientos, de esos que en ti escasean, pues miel sobre hojuelas. Porque te aprovecharás y, posiblemente, empezarás a cobrar interés por ellos.

Uno de esos amigos, digamos que, de la última época, ha tomado, en estos días, el camino que conduce al límite que marca la otra dimensión. Y eso siempre duele, duele mucho, porque, al menos por el momento, te impide poder seguir comunicándote con él.

Estando con Jose no necesitabas recurrir a Internet para recordar fechas, nombres y títulos de determinadas películas, o de sus argumentos y, en su caso, de las obras literarias en las que estaban basadas, pues su aventajada memoria los traía al presente con facilidad suma. Así que lo echaré de menos, porque yo nunca he contado con tan excelente memoria. También lo echaré en falta por dejar de contar con alguien al que no le costaba trabajo encontrar conexión entre variopintos temas, para sorpresa de quienes le estuviéramos escuchando.

Enamorado de la música clásica, echaba en falta alguna sala en Zamora, donde poder escuchar conciertos sinfónicos. De manera que, con frecuencia, se veía obligado a hacer el camino de ida y vuelta a Valladolid, para quitarse el agrión, y ponerse un poco al corriente. Como no podía ser de otra manera, sufrió mucho con la desaparición del “Pórtico de Zamora” que, con tanto éxito se celebraba todos los años por Semana Santa, quizás debido al poco interés mostrado por las instituciones locales.

Jose, fue uno de los fundadores de una importante empresa zamorana, que dirigió con éxito durante muchos años. Y aunque su patria chica fuera Galicia, adoraba a Zamora, sintiéndose uno más de nosotros, ya que pasó aquí muchos y decisivos años. Hombre tranquilo, y sereno, transmitía paz, no exenta de retranca gallega que, a veces, llegaba a recordar a su paisano Fernández Flores. Pero eso no le impedía ser también un rebelde, entendiendo como rebelde a aquel que se cuestiona todo lo que tiene a su alrededor, sin tener que recurrir a hacer el mal a los demás.

Imposible renunciar a perderse un partido del “Zamora C.F” en “La Vaguada” y después en el “Ruta de la Plata”. Afición que compartíamos, a pesar de que el anhelado ascenso de categoría nunca llegaba.

Le felicité estas pasadas navidades, enviándole un email, cuando él se encontraba internado, peleando contra ese revés que, inesperadamente, se le había venido encima. Una felicitación que tuvo más de deseo que de esperanza, pues intuía que cada día que pasaba quedaba más lejos la posibilidad de celebrar juntos el nuevo año, tomando un café en el “Aureto”, como cualquier sábado por mañana.