Esperábamos con miedo conocer las cifras del pandémico 2020, pero el balance no es peor que el del año anterior: 1.921 zamoranos menos, frente a 2.002 en el año 2019. El descenso ha sido menor en 81 personas, pese a que 553 se las ha llevado el virus. Supongo que existe una explicación objetiva a este hecho tan insólito porque la lógica matemática llevaba a pensar que este año sumaríamos 553 a los 2.000 menos de media de cada año. Como expertos tiene la ciencia, supongo que nos lo explicarán. De momento, desde el sentido común, se me ocurren tres sencillas explicaciones: la optimista, sería que hemos resistido a la pandemia; la pesimista es que somos tan pocos que ya ni siquiera podemos perder población al ritmo de los diez últimos años; la del sentido común, que el COVID haya afectado a los más débiles como nuestras personas enfermas y mayores, y que el confinamiento haya disminuido la emigración para trabajar.

Como seguimos siendo líderes en la triste pérdida, seguiremos este año planteándonos soluciones al vaciamiento y despoblación, que son las pandemias económicas y sociales crónicas de Zamora. Y continuará el ya clásico debate entre la iniciativa pública o la privada como solución; tan clásico como entre el trabajo y el capital. Un debate que tiene sus partidarios teóricos, pero conviene ver en la realidad.

Respecto a la pandemia sanitaria en Zamora, como en España, se ha afrontado esencialmente desde lo público, lo común, el trabajo y la solidaridad. Se han activado los menguados servicios públicos de protección, seguridad y cuidados que pagamos con los impuestos de todos; se han volcado todos los trabajadores y las personas que han mostrado su solidaridad a través de asociaciones, o de manera individual con sus vecinos más próximos. Sólo las vacunas han sido abordadas en parte por la iniciativa privada de los laboratorios farmacéuticos de grandes multinacionales, para vendérselas a los gobiernos como un producto más con el que hacer negocio.

Las instituciones públicas han dado una respuesta, aunque escasa, no sólo a los aspectos sanitarios y del cuidado del coronavirus, sino a los aspectos económicos. Y lo han hecho tanto para emprendedores privados como para trabajadores: ayudas directas, exenciones de impuestos y tasas, y créditos por los cierres para empresarios; ERTE’s especiales para evitar los despidos de los trabajadores; prohibición de los desahucios durante el estado de alarma; y hasta establecimiento de un ingreso mínimo vital con vocación de perdurar después de que esto del COVID pase -que pasará- para todas las personas.

La otra pandemia crónica, la de la despoblación y la falta de desarrollo económico, en Zamora también se aborda desde todos los sectores reivindicando lo público, lo común y la solidaridad, para aumentar el trabajo que nos permita vivir aquí.

Público y común es el dinero que desde la iniciativa privada y las instituciones locales reivindican al Gobierno y a Europa para financiar grandes infraestructuras: la autovía a Portugal por Aliste, la Puerta del Noroeste de Benavente, el Corredor Agroalimentario de Toro y otros quince ayuntamientos, otra vez un Parque Tecnológico con la Universidad, grandes proyectos contra la despoblación como el Silver Economy (que pide 40 millones a Europa para que lleguen a las empresas del envejecimiento). Hasta la Iglesia pide para el Museo de Semana Santa. Todo esto y mucho más que no recuerdo con dinero público, del común, de todos.

Un caso curioso de reivindicación empresarial es el de Monte la Reina, donde lo que se pide por nuestros emprendedores es traer a vivir a dos mil funcionarios del Estado, en este caso militares, pero que podrían ser de cualquier otro sector público en el que se han dejado perder en los últimos años una cantidad superior a dos mil porque, según la lógica empresarial aún vigente, “en España sobran funcionarios”. Y los militares, ¿qué son más que empleados públicos? ¿O van a pedir después que se conviertan en guardias de seguridad privados porque es más rentable para las empresas del sector?

Solidaridad es la palabra con la que se reivindica al Gobierno de España que lleguen las ayudas al desarrollo para los territorios vaciados como Zamora, y con la que se pide un reparto justo de los fondos europeos por parte de todos los sectores empresariales, sindicales y ciudadanos.

Solidaridad que sin embargo desaparece cuando la Ministra de Trabajo quiere subir el salario mínimo interprofesional, que supone un gasto a mayores para las empresas de ¡30 centimazos al día!

Con esta última frase, alguien que haya llegado aquí leyendo (gracias), podría pensar que lo dicho es una defensa de las posiciones económicas de la izquierda política a la que estoy orgullosa de pertenecer, pero que los que crean empleo son los empresarios. Y no digo yo que no sea así con la mayoría de los empresarios de Zamora, que arriesgan sus ahorros en un negocio que sacan adelante a costa de jornadas de trabajo interminables.

Pero lo dicho es para la provincia vaciada donde vivimos. Donde nos duele que las grandes empresas sólo se acuerden de Zamora para instalarse gratis y con incentivos en nuestros desiertos parajes naturales para explotar nuestra tierra, agua y aire, con macrogranjas, minas a cielo abierto, instalaciones de energía que inundan los valles y montañas… Que crean puestos de trabajo temporales durante su construcción, para acabar echándonos de nuestros pueblos para siempre.

No sé por qué las asociaciones empresariales zamoranas que tanto reivindican y se enfadan con algunos gobiernos, no hacen lo mismo con sus compañeros empresarios de las grandes multinacionales para que inviertan en Zamora, y dejen todo a las iniciativas públicas para que se instalen aquí.

Quizás les pase como a las instituciones zamoranas a quienes tanto critican cuando no consiguen de otras esa solidaridad que necesitamos para salir del bache: desde lo público, desde lo común, con los pequeños empresarios que invierten en su tierra, y la fuerza del trabajo de los zamoranos y zamoranas.

Solo resistiremos desde lo común porque: “Común es el sol y el viento, común ha de ser la tierra, que vuelva común al pueblo, lo que del pueblo saliera” (Romance de Los Comuneros).