En mi pequeño jardín, hay un rinconcito soleado y protegido de los vientos fríos, donde crecen la emoción, el afecto y los recuerdos íntimos, y donde la belleza se concentra en unos cuantas plantas que anuncian una flor muy especial, evocadora de vivencias inocentes y puras . Todos los objetos, animales y plantas que nos rodean, tienen para el ser humano connotaciones especiales y encierran historias que se guardan en el corazón, en el arca de los tesoros intangibles, recuerdos de experiencias que dieron sentido y enriquecieron un tramo de la vida de los muchos que la conforman. Algunos se quedan muy vivos y te acompañan siempre.

Ahora en enero, esas plantas con hojas finas, largas como cintas, están ya en todo su esplendor, esperando unos días cálidos de sol claro del invierno para sacar a la luz el pequeño tesoro que guardan: una vara rígida en cuyo extremo exterior lucirá hermosa la bella y delicada flor, el iris azul o lirio de las laderas. Su azul es intenso, con pequeñas zonas más oscuras y en la base de los pétalos amarillo y un poquito de blanco. Sueños, muerte, vida y pureza o esperanza. Cada vez que entro y salgo de casa me detengo un momento a observar cómo avanza hacia la primavera el grosor de su tallo y se hacen más grandes las hojas que adornarán y protegerán la flor.

El iris es una de las flores más bellas. Cargada de significado y apreciada en las culturas griega, egipcia, india… su nombre se debe a Grecia, procede de la diosa Iris a quien se consideraba intermediaria entre cielo y la tierra, la comunicadora entre los dioses y los hombres, la representante del arco iris que une ambos mundos.

El día 9 de enero, está muy próximo y el recuerdo más persistente y condicionante de nuestro caminar invade el presente y vuelve como una realidad que se evidencia cada año como si cada año volviera a ocurrir el hecho que rememora. Ese día, estos días, se hace también muy presente en mi memoria y en mi vida esta flor azul intenso como las aguas del lago los días de sol dulce del invierno, mezclado con el oscuro de sus aguas aquellos días negros de la Tragedia. Es uno de los símbolos de aquella vida anterior. Crecía en nuestros montes y adornaba nuestras casas y la iglesia, en la fiesta de San Juan. Era un rito preceptivo y sagrado la subida al monte a recogerlas y la preparación de los ramos. Su aroma llenaba el ambiente y su belleza colorista exaltaba los ánimos y esponjaba el espíritu. Si no había Iris, la fiesta no era completa, y si algún vecino no tenía se le regalaba un puñadito para que su casa no se quedara sin esa presencia.

Esta flor delicada y fuerte a la vez, representa para mí la unión de todos los supervivientes de la Tragedia con aquellos que se fueron, representa el pueblo donde nacimos, la belleza de nuestro entorno y la historia de mi niñez truncada prematuramente.

Mi manera de honrar en estos días a los vecinos muertos y unirme en el recuerdo a los supervivientes, se expresa con un ramo de iris y una vela encendida en mi casa. La flor de nuestros montes y la luz de los ausentes, que dejaron una estela azul oscuro en nuestros corazones deshabitados, junto al lago.