Soy una cristiana del montón,

de las que pone la otra mejilla,

no juzga para no ser juzgada,

perdona setenta veces siete,

y cree que la muerte no es el final.

Lo que no soy, es el santo Job.

Hace unos pocos de años ya que enterramos a mi tío Quico. Mi tío Quico, que de oficio era un recio hombre de campo. Un agricultor y ganadero de tantos, de aquellos que lograron sacar adelante a la numerosa familia a base de esfuerzo y sacrificios; de aquellos que contribuyeron a salvar a mi querida España, esta España mía, esta España nuestra de la miseria.

Con el hecho diferencial, de que mi tío Quico se ganó a pulso el que todos, familia, vecinos, allegados y avenidos, todos termináramos llamándole Tío Quico. Como un inolvidable personaje de novela. Un hombre de los que ya no quedan, de los de antes, de esos de quienes se decía que se vestían por los pies. Un hombre decente y honrado. Uno de esos escasos justos, a los que Yavé salvaría de la quema si resolviera destruir Sodoma y Gomorra de nuevo.

Fue morirse Tío Quico, y el Asturiano, un pastor del pueblo vecino, otro de esos hombres decentes y honrados a carta cabal, de aquellos que sólo abandonaban la comarca para ir a la mili, a la guerra o al cielo, y también otro gran personaje de novela, dictaminó a modo de epitafio: “Se ha muerto el último hombre bueno de Prado”.

Lo bueno si breve, dos veces bueno. Y después de semejante frase lapidaria, todo lo demás sobra en un curriculum vitae. Es más, puestos a sentenciar, sentencio que nadie volverá a pronunciar esas mismas palabras. Y fundamento mi teoría con argumentos demostrables, no con conjeturas.

¿Alguien conoce a algún hombre bueno? Y cuando escribo algún hombre bueno, especifico que me estoy refiriendo a cualquiera de nosotros, ya sea monógamo, politeísta o socio del Real Betis. Soy ganadera de ovejas y al final del día no me queda ni tiempo ni energías que despilfarrar en zarandajas o en declinar en latín el adjetivo indefinido totus/a/um. Así que, quien prefiera ser identificado como todas, todes, toto o totarum, que san Pedro se la bendiga en modo inclusivo.

A lo que iba, que se murió el último hombre bueno de Prado y no hay repuesto que pedir a la fábrica en Berlín. En Hollywood sí que hay sustitutos para las estrellonas de piel tensada como los cables de los puentes de Calatrava, se les denomina dobles. Hasta en los equipos de fútbol, las estrellitas tatuadas a lo maorí o a lo rockero de los ochenta, tienen sustituto, lo llaman hacer rotaciones. Pero en Prado, no hay sustituto para lo insustituible. Y quien dice Prado, dice España entera.

Repito, ¿alguien conoce algún hombre bueno?

En un país, donde no cumple la ley ni quien la promulga; en un país, donde sacamos a pasear la mascarilla sólo por si aparece la Guardia Civil; en un país donde tu propia familia te abuchea, porque cuando golpeas por error el coche contra una farola, no le mientes al seguro asegurándoles que estabas aparcada y que la causa es de un desaprensivo que se dio a la fuga sin dejar sus datos; en un país así, dónde se va a poder encontrar un hombre bueno.

Prosigo. En un país, donde si no pides la baja laboral por un dolorcillo, o solicitas un alta voluntario antes de tiempo, eres un idiota redomado; en un país, donde se va al médico para perder una mañana de trabajo y que nos receten un antigripal con el que ahorrarnos un euro, o incluso mandamos al abuelo, para que de ese modo nos salga gratis; en un país así, sabe alguien lo qué es un hombre bueno.

Más argumentos. En un país, en el que el contador del agua de casa marca la misma e invariable lectura cada año, cada año desde que Bildu se llamaba Herri Batasuna. Y que importa poco, porque en el corral disponemos de otro grifo sin contador con el que lavamos el coche todos los domingos, llenamos el cubo de la fregona y las cubas del herbicida, regamos el huerto y en verano llenamos la piscina para los nietos. Y todo, todo sin pasar por caja. Insisto ¿dónde se va a poder encontrar un solo español decente y honrado?

En un país como el nuestro, que sigue escudándose en el añejo determinismo antropológico de que somos un país de fuleros y trapalleiros porque somos herederos de Roma, el mayor imperio que jamás ha conocido la historia de la humanidad y que sucumbió víctima de sus vicios y corruptelas, y un país de Lazarillos, Buscones y Rinconetes y Cortadillos porque Spain is different, con que justificar lo injustificable. En un país así, ¿en serio alguien albergaba la esperanza de que nuestro ex monarca iba a ser un dechado de virtudes?

(*) Ganadera y escritora