Además de elegir a Joe Biden, muchos estados de la Unión han votado a favor de la despenalización del consumo de drogas para uso medicinal y recreativo. ¿Un pueblo sedado es un pueblo que no protesta?

Hace poco he visto el video de una conferencia del mediático José María Gay de Liébana, en la que el doctor en Economía y Derecho, se explaya criticando la subida de impuestos prevista por el Gobierno para el próximo año. Sabemos bien que Hacienda somos todos, unos más que otros. Y por lo que parece, en 2021 además nos vamos a enterar de que la pandemia de Sars-Cov2 también vamos a ser todos, unos más que otros.

Ya no admira a nadie el hecho de que los ganaderos de ovino compartamos entre nosotros y a través de nuestro chat de WhatsApp llamado ¡Ovejas o Muerte!¡Venceremos! videos de conferencias de Gay de Liébana y de canciones de Led Zeppelin o memes con citas de Eduardo Galeano y Schopenhauer. Todo el mundo sabe que los ganaderos de ovino somos así, diferentes, y por muchos verdes prados o nuevas normalidades en los que pastoreemos, seguiremos siéndolo: di-fe-ren-tes.

Como tampoco pueden sorprender las declaraciones del profesor de Economía Financiera y Contabilidad de la Universidad de Barcelona, en las que compara a España con Noruega y el resto de países nórdicos. Un norte de Europa civilizado, donde los ciudadanos no se oponen a que sus gobernantes les suban los impuestos, porque los salarios son harto elevados. Y sobretodo, y ante todo, porque desde siempre vienen comprobando como sus elevados impuestos terminan revirtiendo en pingües beneficios para toda la comunidad.

No sucede así en el caso de España, sigue explicando en su conferencia el Académico Numerario de la Real Academia de Doctores. Donde vivimos, y cito literalmente, en “un país de chorizos”. En el que los impuestos sólo sirven para cerrar escuelas y centros de salud por toda la geografía nacional. Porque resulta más necesario destinar partidas presupuestarias millonarias a ampliar el número de asesores políticos o incluso, a crear y mantener una Consejería de Familia en Castilla y León, el territorio habitable con una menor densidad de familias por kilómetro cuadrado de todo el planeta, probablemente solo superado por el Círculo Polar Ártico y la Antártida.

Lo que sí deja con la boca abierta, es el hecho de que el popular economista galardonado con el premio Economía 2012 por la Asociación Española de Prensa Extranjera (ACPE) por su certera radiografía y denuncia de la crisis española, extraiga la conclusión de que la subida de impuestos programada por el Gobierno para 2021 no va a generar ningún tipo de reacción en la sociedad española. A la que califica de mansa y dócil hasta la servidumbre.

Quien calla, otorga, dictamina el refranero. Y el pueblo español, bien domesticado con la sopa boba de Internet y de las Cabras y Cabrones y Viceversa, soportará paciente, la nueva subida de impuestos, otra más, a sabiendas de que solo servirá para suprimir más camas de hospital y abrir una nueva secretaría llena de secretarios, subsecretarios y asesores de todos ellos.

Me corroen las dudas: ¿Callamos y otorgamos porque estamos aborregados, como apunta Gay de Liébana, o porque somos tan buenos vasallos, como clama desde el siglo X el poema de Mío Cid? ¿Callamos y otorgamos porque somos un país de piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros, y en nuestros dirigentes faltos de moral tan solo nos reconocemos a nosotros mismos, o porque estamos muy ocupados siguiendo la telenovela del turco ese que está para untarlo de roquefort y comértelo a la hora de la cena?

Somos un país en el que el 24% del Producto Interior Bruto procede del dinero negro, mientras que la sacrosanta industria del turismo sólo genera un irrisorio 13%. Siempre había estado a favor de la legalización de la marihuana con fines terapéuticos. Siempre, hasta ahora. A mis casi cincuenta años, el trabajo con ovejas me deja con más dolores que la suma de todas las Vírgenes Dolorosas juntas, pero me mantendré fiel a mi dieta rica en ajo y agua. Todo con tal de que el Estado no ingrese un solo euro en impuestos a los cannabinoides. Impuestos que de ninguna manera iban a acabar revirtiendo en el bien común, si no que tan solo servirían para abrir otro consulado de Medina de Rioseco, esta vez en Nueva Orleans, lleno a rebosar de más bien pagaos.