El fin de año y el inicio de la campaña de la vacunación contra el COVID-19 hacen concebir un 2021 de mayor esperanza, la ilusión que necesita todo ser humano para seguir adelante y superar momentos aciagos como los que han marcado tantas hojas en el calendario del año que acaba. En sí mismo, el cambio de año es solo la modificación del guarismo. Una fecha acordada entre los hombres y mujeres de la sociedad occidental, simplemente una circunstancia prevista que no acortará, por arte de magia, el largo camino que aún queda por recorrer, sin que por ello tengamos que caer en la desesperación. En “La Fuerza del Optimismo” el psiquiatra Luis Rojas Marcos describe un experimento sobre el estrés con dos grupos de ranas. La prueba consiste en nadar un trecho más o menos largo. Un grupo de los anfibios tiene en medio del recorrido una isla donde pueden parar antes de proseguir hasta el final de la prueba. El segundo grupo carece de descanso. El resultado es que los niveles de estrés de las ranas que nadaban en la piscina con isla era mucho menor: sabían que había un lugar de reposo y que el final estaba cerca. Las demás caían agotadas, porque carecían de cualquier información que les aliviara el suplicio de nadar sin descanso. En este final de 2020 la isla bien pudiera ser representada por la vacuna que marca el inicio del fin de la pandemia. Pero aún queda mucho por nadar, aunque sepamos que es posible alcanzar el objetivo final.

Hoy domingo comienza, de forma testimonial, la vacunación en todas las provincias de España. Guadalajara la primera, Palencia la pionera en Castilla y León, y desde mañána en Zamora serán también las residencias las primeras en recibir la inmunización. Contra lo que los peligrosos negacionistas puedan esgrimir, debe defenderse que sean los geriátricos, sus trabajadores y los sanitarios quienes reciban las dosis avaladas por la comunidad científica. Acostumbrados a que la obtención de una vacuna se convierta en un logro a muy largo plazo, algunas como las del SIDA siguen sin conseguirse a pesar del avance en los tratamientos de la enfermedad, desde la OMS a todos los expertos que no han tenido pelos en la lengua para criticar los desatinos de las administraciones durante estos meses de pandemia, han coincidido en la seguridad de las aprobadas hasta ahora por organismos de reputación como la propia Agencia Europea del Medicamento.

Que los plazos se hayan acortado no es muestra más que la urgencia evidente de poner coto a un virus que amenaza como pocas plagas lo han hecho antes a la vida del ser humano. Para el que cualquier control parece inútil a largo plazo por insostenible e incompatible con la actividad económica fundamental. No cabe pensar en que nadie vaya a convertirse en cobaya humana, más allá de las reacciones que, como cualquier otro medicamento, puedan producirse en aquellos que lo reciban. La negación solo conduce al caos. Asistimos al regreso de enfermedades que se creían erradicadas de Occidente gracias, precisamente, a las vacunas, como el sarampión. Los negacionistas bien harían en enrolarse en alguna de las organizaciones humanitarias que conocen bien, por experiencia, que una vacuna salva vidas. Y comenzar por las residencias de mayores es una estrategia sanitaria inteligente y justa. Inteligente porque en las residencias el virus sigue causando estragos. La mayoría de las muertes contabilizadas en Zamora durante los dos últimos meses se han producido entre mayores en el hospital provenientes de las residencias o en los propios geriátricos.

Esta misma semana se daba cuenta de nuevos brotes en centros de la provincia. Con las visitas restringidas o suprimidas, la vulnerabilidad de los centros sigue siendo enorme. No es posible internar a los trabajadores y suministradores de servicios a las residencias, aunque siempre cabe preguntarse si están siendo suficientes los controles a los que debería someterse a la dirección de las residencias, verificar si son centros de cuidados y no meros negocios como, desgraciadamente, puede deducirse de algunos de los más siniestros balances durante el año del coronavirus. Si esta sociedad fuera realmente inteligente hubiera prestado mayor atención a sus mayores en lugar de tratarlos como menores de edad. Es solo una parte de la infantilización de un mundo que glorifica lo banal y se centra en la juventud más artificiosa antes que en la sabiduría de la experiencia. La mayoría de los discursos políticos no hacen más que evidenciar la estupidez rampante. Salvo excepciones como la alemana Merkel, los dirigentes nos hablan como si los votantes no fuéramos adultos. Si a eso le sumamos la escasa ejemplaridad que prestan con sus acciones y sus palabras, el resultado es desalentador para la tarea que tenemos por delante.

Llevamos casi diez meses desde que se declaró oficialmente la pandemia. Diez meses en los que la descoordinación y el caos ha imperado en un momento crucial y con decenas de miles de vidas en juego. En ese contexto, escuchar a todo un vicepresidente de la Junta de Castilla y León pedir a los ciudadanos que seamos “mejores que los políticos” que nos gobiernan, solo incrementa nuestra sensación de perplejidad. Los ciudadanos votan para que los políticos asuman responsabilidades y den cuenta de sus acciones. La responsabilidad más inmediata es que la cadena de distribución de las dosis sea perfecta, que el operativo sea eficaz y cuente con los medios humanos y técnicos necesarios. Iniciar la campaña de la vacunación con las dosis de Pfizer, sensibles a la temperatura, entre hielo seco porque aún no han llegado los ultracongeladores, al menos a Zamora, ya hace sospechar sobre esa planificación, diezmada, además, por la ausencia de un mando único y al albur de 17 opiniones distintas, según la comunidad autónoma donde residamos. Esperemos que esta vez no haya margen para errores provocados por cicatería o descoordinación.

Sí, claro que queda mucho por nadar y podemos afirmar también que sí, que la inmensa mayoría de los ciudadanos ha demostrado, de sobra, ser mejor que los políticos que los representan, que pocas veces dan la talla suficiente cuando la soga aprieta y prefieren la algarada al compromiso y al trabajo conjunto. Y sin esos requisitos será imposible el final feliz de las ranas del experimento de Rojas Marcos: superar los obstáculos, ejercer la resiliencia, un término extraído por el psiquiatra de la física para explicar el secreto de la evolución de las especies. El propio Darwin sostenía que “No son los más fuertes de la especie los que sobreviven, ni los más inteligentes. Sobreviven los más flexibles y adaptables a los cambios”. La adversidad, la incertidumbre, seguirán marcando buena parte de ese anhelado 2021. La cohesión y la empatía que gran parte de esa sociedad ha venido demostrando durante estos duros meses deben ser la base para seguir nadando y llegar, al final, unidos a la meta.