Sí, soy consciente de que, en estas fechas, parece que no encajan bien reflexiones que se alejen de los tradicionales deseos de Paz, Prosperidad, Felicidad y de los “Peces en el río”, pero no he podido por menos. Acabo de leer un libro que me ha dejado grogui. Se titula “El hijo del chófer” y va por la quinta edición, a pesar de ser la biografía de un periodista tan famoso y temido en los 80 y 90 como olvidado y abominado hoy: Alfons Quintá, primer delegado de “El País” en Cataluña, creador y primer director de la TV-3 y, más tarde, de “El Observador, también delegado y colaborador de “El Mundo”, articulista en numerosos medios, chantajista desde su posición de dominador de secretos, acosador sexual y, al final, asesino de su última pareja, que había vuelto con él por piedad y para atenderle de su enfermedad. Le pegó un tiro con una escopeta de caza. Después se suicidó. Sucedió hace unos cinco años. No estamos hablando de algo perdido en el tiempo, sino de terribles historias de ayer mismo.

Leí algunas reseñas y críticas de este libro, escuché comentarios, todos elogiosos, y me picó la curiosidad. No tanto por conocer la vicisitudes, nada recomendables y sí rechazables, de Quintá como por saber la incardinación e influencia de su trayectoria en la Cataluña que daba sus primeros pasos autonómicos, en el nacimiento y consolidación, casi de dictadura, de Jordi Pujol y, sobre todo, en aquella historia de Banca Catalana que pudo cambiar muchas cosas, no cambió nada y acabó convirtiéndose en el germen de una corrupción galopante y silenciada: comisiones, dinero negro, el famoso 3%, negocios y negocietes multimillonarios, desvío de la atención popular hasta el mentiroso “España nos roba” y manipulaciones de todo tipo, incluidas, claro, las periodísticas y el mutis brutal de los medios de comunicación catalanes (y también españoles) sobre lo que estaba ocurriendo allende el Ebro.

Y lo que estaba ocurriendo era el temido crack de Banca Catalana, fundado por los Pujol y llamada a ser el banco del nacionalismo, de la Catalunya triunfant. Alfons Quintá lo denunció en las páginas de “El País” en 1980. Lo hizo en varios artículos que sembraron el pánico en el entorno de Jordi Pujol, que ya había desplazado a Tarradellas como aspirante nacionalista a la Presidencia de la Generalitat como se confirmaría en las primeras elecciones autonómicas.

Ese pánico se tradujo en búsqueda de soluciones a toda costa. La situación de Banca Catalana, su ruina, se había convertido en un problema político: Jordi Pujol podía ser procesado si el asunto, como parecía, iba a más. Hasta se habló de que había ganado entre 600 y 800 millones de pesetas por la venta de sus acciones mientras otros accionistas se arruinaban y la entidad estaba en el punto de mira del Banco de España, que acabó iniciando una inspección. En los medios de comunicación catalanes hay un silencio ensordecedor. Pujol presiona para que no se publique nada sobre el asunto. Y sus presiones van a todas las direcciones En los gobiernos de UCD, y después del PSOE, terminan por entender que el molt honorable don Jordi ha llevado el caso Banca Catalana a un terreno muy peligroso, lo convierte en un ataque de España contra Cataluña (¿les suena de algo?

Y en su estrategia juegan un papel esencial los medios de comunicación. Para eso crea la TV-3. ¿A quién le encarga su montaje y puesta en marcha? ¡¡¡A Alfons Quintá, al hasta entonces más antipujolista conocido!!! Quintá acepta, deja de contar lo que sabe o intuye y pasa a ser un incondicional de Pujol. Ya no escribe en “El País”, pero las maniobras de Pujol han dado sus frutos. Ya no se publica nada de Banca Catalana, incluso cuando los informes del Banco de España detectan irregularidades y cuando cobre fuerza la iniciativa de que Jordi Pujol va a ser procesado. En la página 249 de “El hijo del chófer”, Jordi Amat recoge unas palabras de Juan Luis Cebrián, ex director de “El País”:”Es, creo, la mayor pifia que cometí durante mis años al frente del diario y constituyó un crimen de leso periodismo”. Se refiere a la decisión de no publicar más artículos de Quintá sobre Banco Catalana tras una comida, en 1980, en Zalacaín con directivos de esta entidad. Y después pasó lo que pasó. Las presiones y maniobras de Pujol acobardaron al gobierno de Felipe González, se desautorizó la labor de los fiscales Mena y Jiménez Villarejo, el molt honorable se permitió el lujo de dar lecciones de ética y arrasó en las sucesivas elecciones, alguien, usted y yo también a través de nuestros impuestos, pagó las deudas de Banca Catalana. Y aquí paz y después, gloria. Y como a Pujol y sus alrededores no les pasó nada, se abrió la veda del “el que menos pille, gilipollas”. De aquellos polvos, estos lodos.

Merece la pena leer “El hijo del chófer”. Quintá era hijo del chófer del gran novelista y muñidor Josep Pla. Y ya desde esa posición empezó, muy joven, a chantajear.