Representaciones de la Pastorada, en El Prado.

En Zamora se escenifican con arte y devoción los misterios principales de la fe cristiana: La Encarnación-Nacimiento del Señor, y su Pasión y Muerte. Ahora, asociaciones belenistas como La Morana, se encargan de ponernos el escaparate artístico del primero para seguir una tradición de celebraciones en torno al Belén que tiene ecos musicales más antiguos en lo que conocemos como “La Pastorada”: una representación realizada por gente del campo, con protagonismo de pastores y pastoras que a su vez lo son del relato evangélico en el que se sustenta La Navidad.

“Apártense los señores/ los que están en el camino/ dejen pasar los pastores/ que vienen con el rocío”.

En la Historia del Arte los mejores pintores no olvidaron reflejar el momento que venimos mencionando, ya por gusto o por encargo. De lo primero es muestra la adoración de los pastores de El Greco, hoy en El Prado, aunque realizado por el pintor para el altar sobre su tumba en el monasterio de Santo Domingo el Antiguo,de Toledo. Una escena de gran verticalidad, como la mayoría de su factura, y con una visión del momento tan resplandeciente que semeja una aparición. El Greco más que narrar el momento lo ensalza y lo ilumina con la presencia de ángeles y luz celestial. Los cuerpos parecen ingrávidos contemplando el Niño que María enseña desnudo. Del poeta Luis Rosales que dedicó un poemario al Nacimiento, copiamos los versos: “Duérmete mi niño/ flor de mi sangre/ lucero custodiado/ luz caminante/. Si las sombras se alargan/ sobre los árboles/ detrás de cada tronco combate un ángel.”

En la galería central de la pinacoteca se exponen cuadros con especial encanto entre ellos una “ Natividad” donde la Virgen María, bellísima, contempla casi de rodillas a su hijo recién nacido y acostado en un pesebre mientras José se dirige a la puerta del establo señalando la entrada a los pastores, avisados por el ángel. Es un cuadro de Barocci, pintor italiano especialista en el estilo llamado “ naturalismo místico”. El artista combina realismo y emoción piadosa concentradas en el semblante y postura de la madre de Jesús, tan dichosa y expresiva. Los versos de Lope de Vega son el correlato de dicha estampa: “De una Virgen hermosa/ celos tiene el sol/ porque vio en sus brazos/ otro sol mayor”.

Murillo, uno de nuestros genios pictóricos del Siglo de Oro, ve la adoración de los pastores con naturalismo que rehuye luces celestiales; el pintor sevillano refleja compasión y acogida; solo el pastor del primer plano, magistralmente dibujado, junta las manos con gesto de rezar, pero aquí no hay ángeles ni luces fulgurantes. La escena tiene carácter narrativo sencillo, con detalle de rostros y ropaje muy realistas, típicos de un maestro observador de la gente pobre de Sevilla. Es un cuadro que respira gran serenidad y recogimiento. Vemos a María mostrando a su hijo, recién nacido desnudo, detalle quizá excesivo, en una pintura tan equilibrada de forma y contenido, pero es algo que por otra parte hacen casi todos los artistas, quizá para reafirmar el misterio de La Encarnación.

“ Le adoran como a su Dios/ con humilde reverencia/. Y sabiendo es pastorcito de las pobres ovejuelas”.

El mismo tema, para Rafael Mengs, tiene luz cálida que resplandece, centrando enfoque y dibujo en María y el Niño, aquí vestido . Los demás personajes, incluidos los ángeles, forman una cueva de penumbra que hace que la vista nos lleve enseguida a los protagonistas indiscutibles del sagrado momento. Rafael Mengs, pintor de la corte, fue traído a España por Carlos III desde Italia, donde conoció al artista cuando era rey de Nápoles. Influyó en la pintura de Goya y artistas españoles de la época.

Otra “adoración” espectacular, y una de las joyas del Prado, es la de Fray Juan Bautista Maíno que es pareja de la de los Reyes Magos. Ambas se pueden contemplar en el Prado, deslumbrando por su perfección técnica y colorido. Jhonatan Brown escribe del cuadro: “ Maíno fue capaz de profundizar en los deslumbrantes efectos de superficie propios de Caravaggio y de captar su sentido religioso y profundamente humano.”

Ambas adoraciones tienen algo de teatralidad pero sin merma de devoción. El autor es un hombre muy piadoso. En medio del proceso de creación de dichos cuadros entró de monje en el monasterio para el que realizaba las pinturas. Maino pinta con el vuelo musical de una cantata. Sus cuadros son un oratorio musical. Todo es virtuosismo artístico. “Al son de la flauta le dan los pastores/ cestillos de flores, panales de miel;/ al ver que a su Hijo le dan a porfía/ suspira María y bendíceles.”

Otro cuadro nos llama la atención no sólo por el encanto artístico y la armoniosa paleta de color sino también por la cantidad de personajes que el pintor, Antonio Van de Pere, ha logrado reunir en torno al Niño, con mayoría de presencia femenina: zagalas y pastoras. Describen esta escena los versos de Sor Juana Inés de la Cruz como si los hubiera escrito contemplando la pintura que nos ocupa: “Por la espesura de un monte/ a lo espacioso del valle/ tropas de hermosas zagalas/ al romper el alba salen.../ corren y vuelan festivas/ en busca de un Sol Infante/ y en pastoriles cantiñas/ trataron de celebrarle:/ - Mírenlo, mírenlo,/ ¡qué hermoso que nace!”

Por último nos fijamos en un cuadro que pinta Correa de Vivar con clara idealización e interpretación del Misterio, al uso de la época, es decir no en un establo, ni el Niño en un pesebre, sino bajo arco de piedra tallada y sobre un mantel a modo de altar. Me recuerda una bella tabla de nuestra Iglesia de Villarrín de Campos, de autor anónimo y estilo hispano flamenco, que tiene claro parecido con la que aquí mostramos.

Y si comenzamos el relato con una estrofa de La Pastorada de La Granja, lo cerramos con otra de lugar cercano, a cuya última representación tuve la suerte de asistir de niño. “Campanas de Villarrín/ que tenéis la voz delgada/ repicad con alegría/ que empieza La Pastorada.