Ahora que se habla tanto de reconstrucción, del dinero que Europa va a entregar a España, se escucha muy poco de los proyectos que hay que presentar. Europa no dará el dinero y hará bien, sin exigir proyectos concretos. Y esos proyectos requieren mucho tiempo de estudio y preparación. No hemos visto a los llamados académicos, ingenieros, veterinarios, bibliotecarios, medioambientalistas, pedagogos y un largo etcétera por nuestros pueblos viendo, estudiando, analizando y preguntando que se podría hacer para levantar de una vez Zamora como un nuevo plan de desarrollo, Marshall o como se quiera llamar. La Junta pide proyectos para captar fondos de reconstrucción de la UE. Se habla en la información de 750.000 millones de euros.

Lo que sí está claro es que nuestros campos carecen de mano de obra, de planificación, diseño de nuevos cultivos, pequeñas industrias, aprovechamiento y transformación mejor de los recursos naturales que ya se producen. Hay una gran infrautilización. Y esto requiere a mi entender ponerse las botas de pisar campos y pueblos por parte de los técnicos de oficina de las instituciones y con mentalidad abierta y conocimiento científico y técnico, planificar la Zamora del siglo XXI culta, avanzada, confortable y repoblada de pequeñas industrias, agricultura modernizada y servicios de calidad necesarios en los pueblos. No es de recibo que para comprar por ejemplo un tóner para una impresora uno tenga que recorrer más de 50 kilómetros. Bibliotecas, centros de ocio, lugares de formación continua y permanente, industrias pequeñas, monumentos, rescatar los vestigios del pasado. Las bodegas cavadas en el granito de Fermoselle, únicas en el mundo, las que están en tierra en la zona de Benavente y otros pagos, los palomares en toda tierra de campos, las fuentes celtas, romanas y árabes. Pero no hay que cifrarlo todo en el turismo, en el rendimiento material a sacar, sino también en la propia conservación y mejora de un patrimonio heredado para disfrute de los propios habitantes y legado para los venideros. Es parte de la historia, de la cultura, de la vida, de costumbres y modos de trabajo, no pocas veces ingeniosos y de mucha sabiduría y experiencias. A veces se admira uno cómo hacían sus utensilios para el trabajo, el descanso, la vida normal. Cuánto darían algunos por tener lo que tenemos en estado olvidado y ruinoso. Recuerdo cómo me llevaron unos amigos alemanes para ver los restos de un campamento romano cerca de Nüremberg. ¿Qué había allí?, nada en comparación con lo que podemos encontrar aquí.

Todo un patrimonio descuidado, a punto de perderse y que podría ser un bien cultural, artístico, turístico de incalculable valor y riqueza. Los campos llenos de encinas y las bellotas por el suelo sin nadie que las recoja, cuando podrían ser alimento de miles de animales. Y claro que la gente vuelve a los pueblos para vivir en ellos de forma confortable. Pero hay que planificar. Invito a quien piense, que soy un soñador, que visite por ejemplo la región de Puglia, al sureste de Italia y descubra en sus viñedos los Trulis, antiguos chozos, casetas para cuidar las uvas y que ahora , modernizados , se ofrecen a los turistas para que organicen sus meriendas. O los cultivos de fresas, flores, espárragos hortalizas en Baviera. Ves los campos y junto a ellos un poste donde hay una báscula, unas tijeras, una azada, y una hucha. Nadie vigila aquello. Se llega, se sirve uno lo que quiera, lo pesa y pone sus dineros en la hucha. Un amigo de Sevilla que lo vio me dijo, esto en nuestra tierra no dura ni una hora. Se llevan tijeras, columna y hucha.