Todos los años, por estas fechas, se repite lo mismo. Todos los años interpretamos, con relativa naturalidad, el personaje del amigo en el que puede confiarse, el entrañable compañero de trabajo, el padre o la madre ejemplares, los hijos que a cualquiera le hubiera gustado tener, tantas y tantas buenas cosas que ni somos, ni hemos llegado a ser a lo largo del año que se encuentra a punto de terminar. Pero, por practicar el buenismo que no quede.

Este año, en el que algunos hemos vivido a medias y otros han dejado de vivir, por mor del COVID-19, será, sin duda, una Navidad diferente, porque el que más y el que menos ha visto alteradas sus rutinas, sus vacaciones, sus disfrutes relacionados con el ocio. Y así hemos llegado a estas fechas con las pilas a medio cargar. Desafortunadamente, muchos habiendo sido protagonistas de algún ERE, o de un ERTE que le haya hecho perder temporalmente el trabajo, o lo que es peor, habiéndolo perdido sin muchas esperanzas de recuperarlo.

Estos acontecimientos, sin duda, han hecho que reflexionemos, ya que hemos visto cómo, en un pispás, pueden llegar a cambiar drásticamente las cosas, sin poder hacer nada para evitarlo. Por eso, quizás los personajes que interpretemos ahora, lleguen a acercarse más al verdadero perfil de cada uno de nosotros, de cada amigo, de cada familiar, de cada compañero de trabajo.

De manera que la atmósfera navideña que, tradicionalmente, se ha visto impregnada de grandes o pequeños festejos ha llegado a difuminarse, en todo o en parte, según los casos. Las grandes reuniones familiares se están viendo reducidas. También las comidas con los compañeros de trabajo, al igual que las celebraciones con los amigos.

A pesar de las iluminaciones con las que cada ayuntamiento trata de sorprendernos, las calles no son ajenas a la huella que viene dejando la pandemia, pues a la frialdad propia del invierno se ha venido a unir la melancolía que produce acordarse cómo se pasaban estas fiestas en años anteriores. Hacer cosas distintas a las recomendadas por las autoridades sanitarias, como si no estuviera pasando nada, sería jugar a la ruleta rusa, y el que más y el que menos, no debería estar dispuesto a jugarse la vida de manera tan estúpida.

En algunas localidades han sido eliminadas las iluminaciones especiales habiendo dedicado su presupuesto a ayudas sociales, cosa que es de agradecer, pues siempre habrá quienes encontrándose necesitados de bienes de uso y consumo diario no echen en falta la luz que desprenden unos cuantos miles de watios.

Colaborar con las Oenegés que se encargan de hacer llegar lo necesario a quienes más lo necesitan es algo que todos tenemos al alcance de la mano. Cierto que eso es algo que también existe el resto del año, pero en estos momentos, quizás seamos más capaces de colaborar a ello, debido a la atmosfera que respiramos. Una atmósfera que, sin duda, está contribuyendo a que no se haga necesario interpretar a personajes ficticios, pues, aunque no nos hayamos dado cuenta, nos hemos ido acercando a la realidad.

Aunque el ambiente no sea para tirar cohetes, hay que pensar que ya falta menos para que pase esta pesadilla. Y que, llegado el momento, podremos disfrutar de todo aquello que ahora nos ha sido negado. Será entonces cuando podremos tomar unas vacaciones en diferido y volver a ser protagonistas de celebraciones que justifiquen la presencia de divertidos desmadres.

Los “nacimientos”, en unos casos, y los “árboles de Navidad” en otros, no tienen por qué haber desaparecido de nuestras casas. La falta de contacto directo con algunos de nuestros seres queridos y allegados, siempre podremos suplirla, al menos en parte, con videoconferencias. ¡Vamos, que no es para tanto!, porque aquel que lo desee podrá cantar villancicos, y comer las “doce uvas” al ritmo marcado por las campanadas de la Puerta del Sol, o cosas por el estilo.

Para los no escarmentados en años anteriores, escuchar el mensaje que ofrece el rey podrá servirle para conocer las técnicas propias del aburrimiento: esas que se empeñan en no decir lo que la gente espera oír, y en repetir siempre lo mismo. Ya lo hicieron hace unos días las instituciones locales: la Diputación echando la culpa al Ayuntamiento de haber aprobado unos presupuestos raquíticos, con mínimas inversiones, y el Ayuntamiento diciendo otro tanto de la Diputación. Empeñados en no ser originales, ambas instituciones ni siquiera se molestaron en diferenciar sus mensajes, ya que dijeron exactamente lo mismo.