Raro es el día (que digo, el minuto) en que no nos bombardean con anuncios, promesas y demás sobre ayudas, iniciativas y un largo etc para frenar la despoblación y revertir (ya veremos) el sino de la España vaciada. A estas alturas de la película, nadie pone en duda que la despoblación se ha puesto de moda y, por tanto, quien no se suba a ese carro tiene mucho que perder, votos incluidos. O, al menos, eso creen los que se prodigan en tales menesteres y no retiran de sus discursos soluciones, mágicas o no, para arreglar la sangría poblacional, esa que, en esta provincia, nos recuerdan con rigurosa puntualidad los datos oficiales. El último estremece: unos 2.000 habitantes perdidos en 2019. Que se unen a los del 2018, 2017 y así hasta aquellos años 60 que algunos parecen añorar hasta reclamar su vuelta. Que regrese Franco, aunque sea de cabo, que decía un viejo chiste sin gracia.

De modo que ya tenemos a autoridades, políticos, organizaciones de todo tipo, empresas y otros entes lanzando, como si se tratara de ofertas, rebajas y los absurdos “viernes negros”, proclamas contra la despoblación y apuntando salidas cual bálsamo de Fierabrás. Lo curioso es que muchos de estos próceres han perdido la memoria. O eso parece. Critican o ponen en solfa las pocas y tibias medidas actuales contra la susodicha despoblación olvidando que cuando ellos tuvieron mando en plaza no hicieron nada de nada de nada en este terreno. E incluso se burlaban de quienes denunciábamos el problema. Éramos de la cáscara amarga, apóstoles de lo negativo, gentes resabiadas que no sabíamos ver los grandes logros de la Junta, ni nos creíamos aquel eslogan de “España va bien y Castilla y León, mejor, por encima de la media”. Ciegos, fuimos unos ciegos que no valoramos el privilegio de vivir en un Edén maravilloso, en una Jauja resucitada, en los dominios del invencible Preste Juan, en una región aspirante a ser la mejor y más próspera del mundo. Se nota que hubo muchos así porque no pasó año sin que esta tierra no perdiera habitantes. El Paraíso estaba en otros lugares. El Purgatorio nos lo repartíamos los supervivientes de la humilde meseta.

Esta misma semana he asistido a dos ejemplos de lo que digo. El viernes, la diputada palentina del PP Milagros Marcos arremetió en Zamora contra los presupuestos que el gobierno central destina a luchar contra la despoblación. No le falta razón, pero, hombre, que lo diga ella. ¿Cuánto dedicaron los gobiernos de Rajoy?, ¿cuánto la Junta de la que ella fue consejera ocho años seguidos, del 2011 al 2019, y tres, además, como portavoz?, ¿qué partidas contra la despoblación y ayuda real al mundo rural dedicó la Consejería de Agricultura y Ganadería cuando ella fue, cuatro años, cuatro, su titular? Tal vez me falle la memoria, pero no recuerdo ni una sola cantidad específica para tal fin. Se ve que entonces no existía la España vacía o vaciada. O no estaba de moda. Un repasito a las hemerotecas no estorbaría.

Al segundo caso asistí en directo el jueves en un programa de la Televisión de Castilla y León. Entrevista a Juan José Lucas, diez años, diez, presidente de la Junta. ¿Despoblación? Sí, pero también se da en Aragón, Castilla-La Mancha, Galicia. Hay que apoyar-dijo- al mundo rural, a los pueblos, que son esenciales y bla, bla, bla. ¿Por qué no se hizo durante su largo mandato y los sucesivos, y anteriores, de su partido? La respuesta está en el viento, que diría Bob Dylan.

Pero no todo es culpa de los políticos. También hay otros responsables. Y cuento una anécdota, que puede elevarse a categoría. En el pueblo donde vivo, El Pego, nos quedamos sin tienda. Un problemón, sobre todo para la gente mayor, la mayoría. Un matrimonio joven se lanza a la aventura de montar un comercio. Alegría, y mucha, en la localidad, que se torna en cabreo y frustración al ver que se retrasa y retrasa la inauguración. El Ayuntamiento, la Junta, Industria, Sanidad actúan con diligencia y eficacia. Nada que objetar ¿Qué pasaba? Pues, que no llegaba el enlace eléctrico de esa compañía que tiene los pantanos aquí y la sede en Bilbao. Llamadas, gestiones, quejas, ¿usted se cree que usted es el único cliente? Eso sí, el cobro llegó pronto, a su hora: el 26 de noviembre. El enganche, entre pitos y flautas, el 18 de diciembre. Casi un mes y eso que la dueña se desgañitaba, y lloraba, diciendo que estaba dada de alta, que pagaba como autónoma, que había abonado todo, que tenía la tienda abastecida y a la clientela esperando. Faltaba la luz. Y crecía la indignación entre los vecinos: ¿así se apoya a los emprendedores?, ¿así se potencia la vida en los pueblos? Sin más comentarios.