El cierre estadístico de población en 2019 confirma el desastre demográfico al que asiste la provincia desde las últimas décadas. Seguimos en el epicentro de la “España vacía” y se debate sobre las medidas destinadas a atraer o fijar población, centrando la atención casi exclusivamente en la emigración. Cuando se trata de analizar el desierto demográfico que se extiende en la España interior, suele quedar solapado otro de los factores determinantes de la situación. Lo señalaba esta misma semana la Fundación para el Renacimiento Demográfico que hacía referencia a la repercusión de la baja natalidad. En todas las provincias con emigración neta de población nacida en España, en cuyos puestos de cabeza se encuentra Zamora, se perdió más población por falta de nacimientos que por emigración. En concreto, la provincia zamorana presenta la menor tasa bruta de alumbramientos en España, solo por detrás de Orense.

El pasado año Zamora registró 837 nacimientos frente a 2.705 defunciones. El saldo vegetativo es de menos 1.867 habitantes, porque, con arreglo a las estadísticas, cada zamorana tiene una media de un solo hijo. En el caso hipotético de que esa media, una de las más bajas del país, se hubiera elevado a una cifra que permitiera el reemplazo generacional, 2,1 hijos por mujer, la pérdida de población emigrada se hubiera compensado, como explican los datos analizados por la Fundación. La caída de nacimientos es una constante en España y se agudiza especialmente en Zamora. En la provincia la curva marca un descenso en picado a partir de la crisis de 2013 sin que se haya recuperado lo más mínimo. Al contrario, Zamora, dentro del conjunto de Castilla y León, presenta el segundo peor saldo vegetativo de todo el país, por detrás de Galicia.

Existen factores decisivos que explican este declive de nacimientos y que van ligados, inevitablemente, a las causas de la despoblación en provincias como Zamora. Las mujeres conforman el grupo de población que antes emigra, sobre todo si provienen de entornos rurales. Se marchan las más jóvenes, en teoría, las candidatas a ser madres. La causa fundamental de este éxodo es la falta de oportunidades laborales. Lo dice bien claro el padrón recién cerrado: 21.500 zamoranos abandonaron su tierra durante la última década, es decir: como si hubiera desaparecido de ella toda la ciudad de Benavente y parte de su comarca. Con los emigrantes se van, además, los niños que habían nacido aquí. Son más de 500 los menores de 16 años los que han desaparecido de las estadísticas, una caída diez veces mayor que la pérdida entre los mayores de 65 años durante el año pasado. Entre quienes se quedan en la provincia se observa, además, una tendencia que es exportable al resto de España: las mujeres zamoranas no tienen prisa por llegar a la maternidad. De hecho, se encuentran entre las que más tardan en hacerlo de todo el país. La media actual de las zamoranas que dan a luz roza los 32 años. Los datos del INE ofrecen, además, otro dato de interesante análisis: la mitad de los niños que nacen en Zamora lo hacen fuera del matrimonio. Las familias monoparentales, y por tanto dependientes de un salario único, el de la madre, crecen frente al modelo tradicional. Aquí llega la siguiente piedra de toque: si las mujeres entre 25-30 años, situadas en una edad de mayor fertilidad retrasan el hecho de ser madres salvo que se encuentren en situación de desempleo, hasta el 45% de las que tienen entre 35 y 40 años, ya en el límite para tener hijos biológicos confiesa en las encuestas del Instituto Nacional de Estadística (INE) tener miedo a quedarse embarazada por si pierde el puesto de trabajo. Ni las medidas tomadas para ampliar permisos, ni las exenciones de la Seguridad Social, ni, mucho menos, las ayudas directas por las administraciones locales parecen haber tenido una trascendencia real para mover los índices de fecundidad.

La Diputación Provincial de Zamora elevó su partida de apoyo a la maternidad este año hasta los 255.000 euros e incluyó a los municipios de menos de mil habitantes. El máximo a percibir es de 2.000 euros por nacido. Loable el esfuerzo de una administración provincial, pero claramente insuficiente para atender las necesidades que garanticen un crecimiento digno y con todas las oportunidades al nuevo recién nacido. En Zamora se contabilizan menos de cinco niños por cada mil habitantes. Hay pueblos que llevan décadas sin celebrar un nacimiento. En febrero de este año se festejaba en Cerezal de Sanabria, un pueblo de una veintena de vecinos, el primer nacimiento del primer niño en los últimos 29 años. El pequeño Rodrigo es hijo de una familia argentina que ha vuelto a la tierra de sus ancestros. La inmigración se ha señalado como una de las salidas a este bucle demográfico. Incluso desde la propia Junta de Castilla y León se ha manifestado abiertamente su apoyo a la “repoblación” ofreciéndose, también, como lugar de acogida para las riadas de inmigrantes y en particular para los menores no acompañados que se apiñan en lamentables condiciones en los puertos donde arriban las pateras.

La última manifestación, en este sentido, la hacía hace escasas semanas el propio vicepresidente Igea. Buenas intenciones, pero que necesitarían un esfuerzo titánico para garantizar la integración que solo se consigue con educación y empleo. Lo que los datos demuestran, por ahora, es que hasta el momento la inmigración apenas tiene repercusión en la baja natalidad provincial. El porcentaje de nacimientos de madre extranjera en Zamora apenas supone el 14% frente al 47% de Girona, que encabeza el ranking. Y ello en medio de una coyuntura que, sobre el papel, reseña el aumento de la población extranjera que decide venir a la provincia. Al menos, la curva mostraba una recuperación desde 2016 después de que la penúltima crisis económica quedara ligada también a la marcha de los inmigrantes, a la espera de las consecuencias económicas del COVID-19. La contrapartida a este desolador panorama de envejecimiento pretende ser la longevidad que convertía a Zamora en la segunda provincia con más mayores de 83 años. Con la feroz pandemia ensañada con la franja de edad más vunerable y el horror vivido en los geriátricos, el desierto demográfico se ensanchará también por ese débil eslabón. Y así, la provincia afronta otro año con la espada de Damocles en forma de estadística: si no se concretan políticas eficaces, si no se toman medidas urgentes que estimulen la maternidad mediante la creación de trabajo estable, bajaremos de los 170.000 habitantes en el siguiente padrón que reflejará con toda su crudeza el doble impacto de la pandemia y de la ausencia de niños que simbolicen la fe en el futuro.