Si se buscan noticias del Imperio de Mali, que históricamente fue un Estado medieval del pueblo mandinga entre 1235 y 1546, en África Occidental, situado en lo que actualmente conocemos como Mali, Guinea, Mauritania, Senegal, Burkina Faso, Níger, Chad, Nigeria y Gambia, verán que su moneda era el polvo de oro, la sal y el cobre, también se traficaba con esclavos, pieles y marfil.

Se puede comprobar por los datos que nos han llegado, que además de ser gentes generosas, tuvo como mandatario al hombre más rico y poderoso del mundo conocido hasta nuestros días dirigiéndolo, (han oído bien), desde 1280 hasta 1337, se llamaba Mansa Musa o Rey de Reyes o Emperador Musa.

Actualmente uno de los hombres más ricos del mundo, Jeff Bezos, poseía antes de la pandemia unos 106.000.000 millones de dólares, pero la del Rey Musa, realizando una actualización de su fortuna en la actualidad, ascendería a unos 400.000 millones de dólares.

Fue tan famoso, que apareció pintado en uno de los mapas más importantes del mundo conocido, realizado en 1375 por unos cartógrafos judíos, padre e hijo, de cuyo apellido tomará el nombre, el Mapa de los Cresques.

Se compone de seis hojas plegadas y se centra en el Mediterráneo. Al parecer, se basaron para su elaboración en un mapamundi del que se conserva un fragmento casi idéntico, en el palacio Topkapi de Estambul.

Antiguamente en ese tipo de mapas se solían poner leyendas, historias y tradiciones literarias de los lugares reseñados, así como representaciones de personajes importantes.

Es por esa razón que, en el mapa de los Cresques sobresale, de entre las demás, la figura de dicho rey. Está sentado en su trono con una enorme corona de oro en la cabeza, el cetro de oro en una mano y una descomunal pepita de oro en la otra.

La riqueza de la tierra que gobernaba radicaba sobre todo en sus minas de oro. Por cada pepita de oro que se obtenía de las mismas, el recibía otra en pago. Llegó a hacerse con el control del oro de todo el Mediterráneo.

Un día decidió realizar una peregrinación a la Meca, en el año 1324, y los historiadores no se ponen de acuerdo en la cantidad de personas, dromedarios y avituallamientos que llevó. Se calcula que en la caravana iban un total de 90.000 personas, 12.000 mujeres, soldados, esclavos, etc. además de toneladas de oro en más de 80 camellos.

Cada uno de ellos trasportaba 85 kilos del preciado metal, que usó como trueque y regalo a lo largo del camino, lo que provocó una tremenda inflación, que llevó a la ruina a numerosos pueblos y ciudades.

Por supuesto, la pobreza de los habitantes de los lugares por los que pasaba era inmensa, por lo que solía repartir limosnas en ellos, por valor de 20.000 piezas de oro. Y allí donde acampaba construía una mezquita. Se contentaba simplemente con repartir dinero a distro y siniestro, pero el pueblo no era feliz, porque nunca arregló el verdadero problema que tenía ante sus ojos, cómo acabar con la pobreza de las gentes.

Al inicio de dicha peregrinación se encontró con una arquitecto y poeta español de la Granada nazarí, llamado Es- Saheli, un aventurero de vida disipada y licenciosa, cuya vida ha novelado Manuel Pimentel en su espléndida obra: El arquitecto de Tombuctú.

Sus versos le encantaban a Mansa Musa. Se conocen porque en el siglo XVIII Alí Gao, hijo del rey Mahmud Kati III realizó la primera antología de sus versos. Su bisabuelo se había casado con Mirian Es Saheli, una descendiente del poeta.

Para describir a la amada utilizaba versos tan bellos como este: “El alba brotó en la palma pintada de su mano, que señalaba el estallido de la aurora”.

De ayudante de notaría acabó siendo poeta de la corte del hombre más rico del mundo y su arquitecto preferido. A él se deben numerosas mezquitas y palacios diseminados por dichos territorios.

Pero curiosamente, en lugar de construirlos con materiales costosos, utilizó lo que más cerca tenía, la tierra roja del Sahel, el barro y la paja, y se inspiró en la forma de las colmenas de las abejas.

Así se convirtió en el “Padre del arte sudanés”. A él pertenecen mezquitas como las de Tombuctú, Djenne, Gao y muchas más y algunos palacios reales de gran belleza como el Real Madugu. Al rey le complació esa nueva forma de entender la arquitectura y comprendió la trascendencia de ese tipo de edificaciones, que nacían de la tierra.

En ese viaje Mansa Musa se quedó sin oro y tuvo que pedírselo a los prestamistas. Lo devolvió con creces al regresar a su país.

Y si buscan noticias del mundo en la actualidad, verán qué, en algunos aspectos esenciales, poco se ha cambiado desde la época de Musa, porque el dinero, el oro, el cobre, también el tráfico de emigrantes, mujeres, hombres y niños, cotizan al alza, y el pueblo en general se ha convertido en nuestros días, como entonces en moneda de cambio. Nos quieren quietos y callados para poder traficar mejor con nuestras vidas, medicamentos y haciendas.

Pendientes andamos de que quienes nos gobiernan y sus comités de asesores, dejen de aparecer tan falsamente solícitos en los medios, repartan con sentido común un dinero que deberemos devolver entre todos, como inversión social, y como ayuda a empresas y trabajadores, no para asegurarse ellos su cota de poder en las próximas elecciones, y por supuesto que escuchen a los políticos que defienden la Constitución, no a anticonstitucionalistas radicales e independentistas.

Porque así, no hay país que pueda prosperar. Vaya desastre.

Y es que ya lo decía Lao Tsé, “Gobierno imperceptible, pueblo feliz; gobierno solícito, pueblo desgraciado.

Y así andamos, sin caña de pescar y sin esperanza.