Fue un 15 de diciembre cuando Dios recogió el alma de José Luis Mazeres. Había cumplido su sueño, él lo tenía muy claro y estaba muy unido a Dios, su mirada era preciosa porque había escalado para estar y gozar de Dios, ya en el pueblo lo veían como un santico, su gran pecado era ayudar a los demas. Solo con mirarle te estaba hablando y seguidamente te obsequiaba siempre con una sonrrisa, era único en el pueblo. Claro, en la diócesis había envidias, porque una persona así es difícil de encontrar.

Pero Dios pudo meterse dentro de su corazón y lo iba llevando hacia un camino maravilloso: el de poder llevar el amor para hacer feliz a los demás.

Parte de su vida se quedó en Muga de Sayago: su ilusion y la docencia de enseñar, no me extrañaba que las mejores notas en selectividad los mejores alumnos que salían de ese internado que él había fundado con la fuerza de Dios. Nació desde una perspectiva, para aquellos que eran muy pobres. Es un pueblo en el que hace mucho frío y, en cierta ocasión, un periodista que estaba por allí le dijo que usaba demasiado la sotana. Don José le contestó: “No me la pongo por ser mejor sacerdote, sino porque tengo mucho frí o. Cuando él hablaba se ponía de parte de quien era más humilde. Él nunca quería destacar, era tan humilde que, cuando caminaba, agachaba la cabeza hacia el suelo. Era una persona muy ocupada, siempre en su afan de ayudar, de hacer el bien.

Así era muy feliz y nunca estaba cansado, la siesta era de media hora y siempre decía que estaba listo. Así era su vida, incansable.

En Muga ha dejado una huella, porque fue una persona muy buena, aunque con su genio. Se quedó sordo, pero nunca le importó, Dios le hablaba todas las noches, Dios lo iba mimando, él siempre hizo caso a Dios, se fiaba de su gran amigo que estaba en el cielo.

Su pensión la daba integramente al internado que él fundó y, cuando ves a una persona así, uno piensa que Dios tiene que existir y decide aprender cosas para ser mejor cada día y poderle imitar.

Cuando era más joven, daba gusto como bajaba hacia la desembocadura del río Duero, nadie le podía alcanzar. Comia lo justo, pero su debilidad eran los dulces, su estómago era su punto débil, pero apenas lo veíamos quejarse, porque él tenía que acabar la obra de Dios que empezó hace muchísimo tiempo.

Su mirada era sencilla y penetrante, una mirada que transmitía mucha paz. A su lado tenías la sensanción de estar protegido, tenía una mirada como la de un santo.

Decir José Luis Mazeres y recordarlo toda una vida. Posiblemente Dios se lleve a las mejores personas. Un día, en el cielo, podremos saberlo, pero lo más importante es que Muga de Sayago, un pueblo de 500 habitantes tuvo un humilde cura que lo dio todo por las personad que lo quisieron. Su misa de funeral reunió a muchisimas personas. La gente agachó la cabeza cuando el cortejo pasaba camino del cementerio. Y al hacer descender el ataúd a la sepultura, hubo alguien que estuvo tocando la armónica. Siempre estarás en nuestro corazones, en el de aquellos que te conocimos. Cuando miremos al cielo podtemos sentir y simplemente decir. “Gracias, don José”.

Juan Bautista Vidal-Abarca Gutiérrez