Ha caído en mis manos el último número de la Revista Española de Sociología, con debates sobre los impactos sociales del COVID-19. La tesis básica que se expone parte de una evidencia: más allá de un fenómeno epidemiológico y sanitario, la pandemia es también un fenómeno sociológico, y las medidas que se propongan también han de serlo. Esto supone que no solo hay que indagar el agente causante de la pandemia de naturaleza biológica, sino también los determinantes sociales de la salud, y los efectos de las medidas adoptadas en la vida social. Imagino que estarán de acuerdo con lo que acaban de leer; si no fuera así, les recomiendo que sigan leyendo, por favor. En la presentación del debate, los autores que lo enuncian van mucho más allá, poniendo sobre la mesa otra obviedad de suma importancia: la lucha contra la expansión del COVID-19 está impactando en nuestras sociedades y, por consiguiente, en las dinámicas (y en sus correspondientes percepciones y valores) de los individuos, familias, grupos u organizaciones.

La pandemia está poniendo en evidencia la eficacia y la legitimidad de las instituciones, gobiernos y políticas. Ha quebrantado los sistemas sanitarios, y las medidas de confinamiento establecidas por todo el orbe han afectado a casi todos los ámbitos de la vida social. Especialmente significativo ha sido su impacto en el ámbito económico, abriendo un horizonte inexplorado con respecto a la viabilidad de nuestros vigentes estilos de vida. También, ha habido instituciones, como la familia, que se han reforzado por distintas vías y se ha puesto de manifiesto nuestra vulnerabilidad global, ajenos a fenómenos naturales elementales, al menos en los países ricos. Las respuestas de los Estados han sido desiguales. Algunos países establecieron novedosos sistemas de seguimiento de posibles infectados mediante el análisis masivo de datos personales. A pesar de ser autocracias o democracias limitadas, estos Estados parecía constituir un contrapunto de determinación y buen hacer, a diferencia de las viejas democracias occidentales.

Asimismo, la toma de decisiones para contener y convivir con el virus evidencia el papel central de nuevas y tradicionales técnicas de investigación social en la generación de conocimiento. Las herramientas de análisis de grandes cantidades de datos (big data) emergen como imprescindibles para extraer información almacenada en apps y, sobre todo, para examinarla de forma inmediata. El análisis de redes se convierte en una aproximación poderosa para medir las interacciones sociales, los niveles de distancia y los flujos de información imperceptibles a la observación directa. La combinación de encuestas y técnicas cualitativas se erigen como necesarias para el estudio de valores, actitudes y normas sociales, entre otras cuestiones. La etnografía se vuelve fundamental para entender las nuevas comunidades que se consolidan, muchas de ellas online. Por todo lo dicho, no me queda más remedio que recomendarles la lectura de los artículos publicados en el último número de la Revista Española de Sociología. Que la disfruten.