Es mucho el llanto que he visto a lo largo de estos meses. Nunca había visto llorar tanto y tan desconsoladamente. Ni en la guerra de Biafra que viví muy de niña en primera persona. Una guerra del pasado siglo empañado por tantas contiendas, Primera y Segunda Mundiales, la española, la de Corea, la de Vietnam y la más cruel y puede que desconocida de todas ellas: la de Biafra, en el sudeste de Nigeria, agitada por el odio mutuo de dos etnias rivales: Ibos (minoría cristiana) y Hausas (mayoría musulmana).

Una guerra marcada por una crisis humanitaria desconocida hasta la fecha, las grandes matanzas, las epidemias y una hambruna de tal magnitud cuyos detalles estremecieron al mundo y que tuvo su imagen más demoledora en los miles de niños desnutridos muriéndose de hambre con sus enormes tripitas hinchadas de aire, de vacío, de espanto.

Son muchas las lágrimas que he visto derramar a lo largo de los últimos meses. He visto llorar a profesionales sanitarios: llorar de impotencia, llorar de cansancio. He visto llorar a muchos padres, hijos y nietos, llorar de pena, de rabia, y de dolor porque ni la mano pudieron darle al abuelo en su último adiós. He visto llorar a comerciantes, llorar arrastrados por el desaliento al ver como día a día sucumbía el negocio que tanto les costó levantar. He visto llorar a muchos hosteleros hechos y derechos, llorar de desesperanza, hartos de no ser escuchados, viendo caer las hojas del calendario sin una solución. Sólo pedían licencia para trabajar guardando todas las medidas exigidas por Sanidad. Ni por esas.

He llorado viendo tanto llanto y algunas lágrimas contenidas. Hay que hacerse los fuertes, aunque la fuerza flaquee. He escuchado el lamento de tantos como han sido contagiados por la inercia de un virus maldito que nos ha cambiado la risa y el llanto, la alegría y el dolor, la pena y la tristeza, un virus que nos ha cambiado la vida y que nos ha quitado a familiares y amigos. He visto llorar de rabia y de pena y ahora, estoy empezando a ver llorar de alegría. Otra vez estoy viendo aflorar la esperanza. Es mi gente. Son mis paisanos, son zamoranos, y lloro con ellos, me alegró con ellos y estoy con ellos en lo bueno y sobre todo en lo malo. Quiero pensar que lo malo ya ha pasado para ellos. Solo que la amenaza se llama ahora tercera ola y puede convertirse en un tsunami pasadas las fiestas navideñas.

Que por lo menos los que peor lo han pasado puedan ahora esbozar si quiera una sonrisa.