Se celebraba ayer, 5 de diciembre, el Día Internacional del Voluntariado. Con este motivo, la Plataforma del Voluntariado de España lanzaba hace unos días un manifiesto de apoyo y reconocimiento a todas las personas solidarias y comprometidas con la otredad (es decir, con los demás), reconociendo, de manera muy explícita, la labor tan encomiable que han estado desempeñando durante la crisis sanitaria y social que estamos viviendo, afrontando miedos, asumiendo riesgos y tomando precauciones a su alcance para cumplir con su compromiso. Por eso, una vez más, quiero reconocer y agradecer el papel del voluntariado de las diferentes organizaciones y entidades sociales que pululan por todos los rincones del planeta y, de manera muy especial, en Zamora. A todas y todos les une y vincula una misma ilusión y un mismo objetivo: ser útiles a los demás, acompañar a quienes lo están pasando mal y contribuir, en la medida de las posibilidades, a construir un mundo mucho más humano y solidario, donde realmente merezca la pena vivir.

Por mi vinculación directa con Cruz Roja, sé de qué estoy hablando. Todos los días observo a un buen puñado de personas de distintas edades, géneros o nacionalidades (sí, también hay voluntarias y voluntarios que han nacido en otros países) colaborando en los diversos planes, programas y proyectos que desarrolla la organización humanitaria en nuestra provincia. Son algo más de 1.000 personas voluntarias las que conforman y dan sentido a la organización. Ellas son el mejor ejemplo de la solidaridad y el altruismo. Y lo mismo podría decirse de quienes colaboran con el resto de las organizaciones que trabajan en los diversos campos de intervención social. Todas y todos merecen nuestras felicitaciones. Y por eso es tan importante que al menos un día al año se reconozca públicamente la labor que vienen desplegando estas personas, que ofrecen parte de su tiempo a cambio de nada. O mejor dicho: a cambio de la satisfacción que produce haber contribuido a mejorar las condiciones de vida de quienes viven muy cerca de nosotros.

Y esto es lo que hoy me gustaría resaltar: la importancia de la solidaridad y el altruismo como una herramienta para la conquista de la felicidad. Si no aciertan a adivinar la relación que pueda existir entre lo uno y lo otro, les pido que sigan leyendo. Hace unas semanas, invitado por la Red de Voluntariado de Salamanca, impartí una conferencia virtual sobre los retos del voluntariado en una sociedad en crisis, aunque de manera especial en las zonas rurales. Cuando estaba preparando el evento, me topé con la persona que, según circula por ahí, está considerada la persona más feliz del mundo: Matthieu Ricard, monje budista francés, filósofo, escritor y doctor en biología molecular. El monje, que reside en Nepal, recomienda entrenarse en la benevolencia y la solidaridad hacia los demás, lo que genera un estado emocional positivo. Según Ricard, la benevolencia, la atención, el equilibrio emocional y la resiliencia son habilidades que forman la felicidad y se pueden entrenar. Por tanto, ya saben lo que tienen que hacer.