Nos han acostumbrado tanto a las garambainas, que lo que antes venía a ser una entrevista hoy no es más que una miaja de publicidad. Vamos, lo que se viene a decir un fragmento de propaganda del tres al cuatro.

Una entrevista venía a ser algo así como que alguien preguntaba y otro respondía a lo que se le había preguntado. Pero, ahora, la realidad pasa, mayormente, porque el que responde suele dar cualquier contestación. Cualquier contestación, excepto la que cabría esperar. Ninguna cosa que tenga que ver con lo que se le ha preguntado. Y si la entrevista en cuestión se hace a algún cargo político entonces la cosa es aún peor, porque la respuesta se reduce a una simple parrafada. Un eslogan o un panegírico que le han preparado en el partido para ser soltado en cualquier ocasión y circunstancia, venga o no a cuento.

No hay más que ver cómo ante una pregunta susceptible de ser contestada con un “sí” o con un “no”, el entrevistado suelta un discurso insoportable. Así consigue que el lector, oyente, o espectador, se olvide de lo que le han preguntado, ya que el rollo que ha largado nada tiene que ver con la pregunta formulada.

Nos hemos acostumbrado a ver como un periodista pregunta si van a poner más médicos en Sanabria, y que el entrevistado responda que ha subido el precio de las alcachofas. Y si el periodista es muy tozudo, e insiste en repetir la pregunta, entonces el entrevistado le cuenta las maldades hechas por la oposición o por el gobierno (dependiendo de que en qué situación se encuentre en ese momento) a propósito del tema que le hayan sacado a relucir.

Son tantas las patéticas respuestas pronunciadas por muchos de los que nos mandan y gobiernan que cada vez me acuerdo más de los diálogos de “Amanece que no es poco”. Una película surrealista que cada vez que la veo me parece más realista. En este momento me viene a la memoria aquello que decía un cazurro del pueblo donde transcurría la acción: “Yo he pensado que a mí también me interesaría ser intelectual, como no tengo nada que perder”. Y pienso si no podrían también llegar a decir eso algunos dirigentes políticos, o al menos a pensarlo, porque el nivel que tenemos ahora ha bajado tanto desde la época de la transición que parece que, en lugar de leer a Galdós, les hubiera dado por dejarse las pestañas en historias del oeste americano, al estilo de Marcial Lafuente Estefanía.

De manera que, entrevistas, lo que se viene a decir entrevistas, apenas llegan a existir. En todo caso, lo que va quedando son actos publicitarios camuflados bajo esas trazas. De manera que, ya que hay que convivir con ello, tales pseudoentrevistas deberían lucir en algún lugar destacado, un antetítulo, como esos que se ven en los periódicos de “publicidad” o “anuncio”, cuando publican una “especie” de noticia que, en realidad, no es más que un texto para dar a conocer un producto.

Hasta que no llegue a suceder algo parecido a lo de aquel candidato de la India, que rompió a llorar al haber obtenido solo cinco votos en las elecciones, cuando su familia estaba constituida por nueve personas , no habrán entendido que la gente, aunque tenga mucha paciencia, ya está cansada de ser tomada por un torrezno.

“Podemos, no se explica sin la televisión”, dijo Pablo iglesias. Y es que ese medio es el que más influye en la formación de la opinión de los ciudadanos. De ahí el interés en fomentar las entrevistas. Así que, quien controle esa herramienta podrá convencer a la gente de lo imposible, como es el caso de los “terraplanistas”, que son publicitados en secciones y programas considerados “serios” cuando, como mucho, deberían estar ubicados en algún espacio de “humor”, dicho sea, con todo el respeto a los programas de humor.

Aunque en España esté por verse, lo cierto es que de vez en cuando, en el mundo surge algún copernicano que tira por la calle de en medio. Alguien que se atreve a acabar con las teorías ptolomeicas de turno, a pesar del encabezonamiento de la Santa Inquisición, o de quien sea menester. Porque siempre hay que vencer a alguien que se empeña en que la gente piense, por narices, como a él se le antoje, como en mantener que la Tierra es el centro del universo. Menos mal que, por el momento, no parece que haya aparecido otra Inquisición, como aquella que empezó en el siglo XII y que no desapareció, de manera definitiva, hasta 1834, tras haber sido abolida en cuatro ocasiones.