Que la democracia se sustenta sobre reglas de juego que vehiculan argumentos, debates y palabras para luchar pacífica e incruentamente por alcanzar el poder (temporalmente) es una evidencia. Pero no es tan evidente identificar la importancia que tiene los discursos políticos en cualquier democracia.

A la mayor parte de los ciudadanos no nos llegan los discursos completos de los líderes políticos. Normalmente sólo recibimos fragmentos de esos discursos, seleccionados interesadamente por los medios de comunicación (en función de sus líneas editoriales). Pero son esos discursos políticos, en su integridad, los que genuinamente explican las decisiones de presidentes, ministros o alcaldes y los que modelan las políticas públicas que moldean los cauces de las sociedades plurales.

Que en las postrimerías del año de la pandemia del coronavirus aparezca un libro titulado “La democracia en palabras” es un hecho que no debería pasar desapercibido. Son casi 600 páginas de vacuna. De vacuna contra la enfermedad del desasosiego y del decaimiento ante la aparente degradación de la (afortunadamente) madura democracia española.

Los editores, Joan Navarro y Miguel Ángel Simón, han hecho una magnífica selección de 54 discursos políticos que han cincelado los nueve lustros que van desde el mensaje del rey Juan Carlos I en su proclamación en 1975 hasta la intervención de Albert Rivera presentándose como candidato a la presidencia del Gobierno en 2019. Todos ellos son inseparables tanto de la época en la que fueron pronunciados como de los líderes que los declamaron (Adolfo Suárez, Xavier Arzallus, Calvo Sotelo, Manuel Fraga, Felipe González, Jordi Pujol, José María Aznar, Julio Anguita, Mariano Rajoy, Felipe VI o Pedro Sánchez, entre otros).

Los discursos que componen este volumen recogen los verbos, los enmarcados y las metáforas que cautivaron a millones de españoles, que alentaron pasiones, que despertaron ilusiones o que llevaron a desilusiones. 54 intervenciones que cimentaron las vías por las que ha viajado (y viaja) ese veloz tren llamado España. Un viaje en el que, como dicen los propios coordinadores de la obra, “existieron momentos de alegría, peligro, exaltación, temor, dolor y emoción.” El resultado, se mire como se mire, es positivo, a pesar de algún que otro amago de descarrilamiento.

Uno de los aspectos más interesantes de este libro es que da cuenta de la rica diversidad intelectual sobre la que se ha construido la España moderna, tanto desde el acuerdo como desde la discrepancia. Con una única crítica: no hay representada ninguna voz de mujer, lo que demuestra el camino que aún falta por recorrer para lograr esa imprescindible paridad de género en las más altas posiciones del poder.

Otra virtud de este tomo es que cada una de las siete etapas en las que se divide está prologada por personas que han vivido de cerca los acontecimientos que desgranan, explicando la antesala histórica de las intervenciones. Son nombres tan prestigiosos como los de la galardonada periodista zamorana Lucía Méndez; la presidenta de la Agencia EFE, Gabriela Cañas; los ex directores de gabinete de Zapatero y Aznar, José Enrique Serrano y Carlos Aragonés; el economista y periodista Joaquín Estefanía; el periodista y abogado José Antonio Zarzalejos; el ex director del gabinete de Rajoy, José Luis Ayllón; y la periodista Àngels Barceló. Ellos facilitan una excelente contextualización histórica de los discursos, lo que permite al lector comprenderlos mejor. Porque los discursos no tienen lugar en el vacío: son herramientas completamente contextuales. Y en su contexto hay que comprenderlos.

En otros países este tipo de libros son muy normales. En España siguen siendo un exotismo. Y no debería ser así. Recorrer la historia de un país a través de las palabras que lo han tallado es otra forma de conocerlo de cerca.

Estamos, por lo tanto, ante un título que llega en el momento perfecto, justo cuando la sociedad española está muy necesitada de reconocer sus logros y de reconciliarse consigo misma, tras algunos convulsos años. Debemos ser conscientes de que hubo generosidad entre adversarios políticos y “diálogo en acción”. Podemos constatar que hemos sido capaces de superar problemas que parecían insalvables. Algo que debería permitirnos ser optimistas ante el presente y el futuro de este país.

Andrew Burnet, editor escocés experto en discursos políticos, suele subrayar una idea fundamental: que la oratoria, es decir, “el arte de servirse de la palabra para persuadir, de exponer un argumento a muchas personas y mantener su atención” es consustancial al Homo sapiens. Está con nosotros desde que aparecimos sobre la faz de la tierra. Sin el lenguaje, sin la dialéctica, sin la retórica, no habríamos sobrevivido como especie, ya que lo que nos hace fuertes es la capacidad de compartir relatos, conocimientos, creencias y símbolos comunes. Lo que nos hace tan humanos es la facilidad que tenemos para acometer proyectos de construcción (o de destrucción) de forma conjunta y coordinada. Algo que sólo se puede hacer a través de las narraciones que erigen significados (tan emocionales como racionales) que permiten movilizar a millones de personas (algo especialmente acentuado desde la irrupción de Internet y las redes sociales).

Los líderes, al hablar en público, escriben la historia, aunque a veces no sean conscientes de ello. Los discursos sirven para construir y para legitimar proyectos políticos en contextos democráticos. Porque los discursos valen para comunicar tanto las grandes como las pequeñas cosas; para contribuir a entender y a comprender; para facilitar la conversación entre los ciudadanos. Y, también, para separar y dividir.

En definitiva, “La democracia en palabras”, publicada por Punto de Vista Editores, es un excelente compendio que demuestra algo que suelo subrayar en numerosas ocasiones: que las balas son a las armas lo que las palabras son a la política. Los discursos son, en consecuencia, la gran munición de la democracia. Nunca lo olvidemos.

(*) Sociólogo