Este país suele ser teatrillo para originalidades y ocurrencias de muy poco fuste, mal sainete a día de hoy de charlatanes y comicastros, versión degenerada de lo mejor de Arniches y Muñoz Seca. Aun así, creo recordar que fue el nobel de una obrita y poco más, crónica novelada de cualquier sacamantecas, quien habló en cierta ocasión del arte de juntar o inventar palabras, algo en lo que esta España dada a la envidia y la mala uva, quizá precisamente por eso, ha lucido siempre gran maestría. En lo demás, ciencia y saberes empíricos, vaya y pase la sentencia de Unamuno: ¡Que inventen ellos!

Hablando de invenciones y ocurrencias, nuestra sociedad anda desconcertada con tanto neologismo mamarracho propalado a los cuatro vientos, merced a venia y tragaderas de la estulticia general. La resiliencia, la cogobernanza, lo robusto por aquí y la curva por allá, la recuperación en V, L alta, plana o lo que se tercie, en realidad ni siquiera llegan a neologismos, quedándose en majaderías bien publicitadas por la propaganda oficial, mientras en el engrudo de la peste ya andan al ojeo Simón y los expertos.

La cuestión es que, tras la banalización interesada del lenguaje, al igual que tras los modos e incluso exhibiciones entre chuscas y aguardentosas de un casticismo impostado, se esconde algo más preocupante. Para comenzar, la abulia de una ciudadanía cuyo rasero a la hora de medir la calidad estética, que siempre será cívica y democrática, de nuestra casta política parece hallarse a nivel del consabido lumpen bolivariano. Actualmente, la tribuna del Congreso se ha convertido en una suerte de esperpento por forma, tono y contenido, a la altura de cualquier charla o rifirrafe vecinal. Todo muy en la línea de una democracia que va camino del más zafio patrón bananero, en la versión que se quiera habiendo como hay para elegir, del castrismo al madurismo, pasando por el indígena del poncho o la muy inquietante lideresa peronista.

A falta de un mínimo de seriedad, verdad y honradez en quien a día de hoy tiene en sus manos resiliencia, cogobernanza y el carrito que no deja a nadie atrás, tales ocurrencias revelan el desprecio de nuestras infatuadas oligarquías políticas hacia sus representados, intuyendo como intuyen que una ciudadanía pastueña, cuyo modelo de vida y fructífera resiliencia es en buena parte el PER, la pensión perpetua y el faranduleo de una tasca a lo moranco, desde su cómoda apatía se halla dispuesta a tragar y pasar por lo que le echen, gracias a las migajas del bendito Bienestar.