Las personas con las que comparto aula comentan la indiferencia que nos produce una nueva reforma educativa. Dicen que tanto cambio vacuna, y más cuando la pelea no cambia.

Seamos sinceros: en España, la tradición manda sobre las leyes. Confundimos la cultura con la historia, y descuidamos ambas solapando el pasado en el presente. Llevamos siglos haciendo lo que nos han contado, o lo que hacía quien estaba antes. No hay manera de que distingamos leyes y leyendas, que es algo básico para que la vida no sea un poema. Instituciones y ciudadanía desoímos cualquier cambio que no sea administrativo. Pero no por falta de preparación, ni ganas de cambiar, sino porque nuestra cultura sigue siendo autoritaria y la estrategia que nos han enseñado para afrontar un reto es la del tente-quieto.

Yo he sido alumno de Luis Fernández. El nombre es tan anodino que no podrán descubrir quién es, pero el profesor es tan excelente que me acompaña en todas mis aulas. En su clase leíamos El Barón Rampante, resumíamos películas que habíamos visto, presentábamos artículos de prensa que nos llamaban la atención, y hablábamos con un adulto que nos escuchaba. La sonrisa que recibía nuestras inquietudes adolescentes la conocen todos mis estudiantes.

Mientras disfrutábamos de los retos que proponía Luis, en la clase de al lado, se dictaban apuntes para las pruebas de acceso a la universidad. A ojos del sistema estábamos abocados al fracaso, perdiendo el tiempo en vez de preparar “La Selectividad”. Hasta que, llegando junio, Luis nos daba 13 fotocopias mágicas: si te las aprendías de cabo a rabo y sabías redactar, no bajabas del 9. Los 13 folios de Luis, traspasaban las paredes del aula, las rejas del instituto, y eran codiciados por todos los estudiantes de bachillerato. En cambio, las horas de trabajo en clase, las conversaciones y el desarrollo personal que logramos bajo su paraguas, no pueden fotocopiarse. Dos décadas después, puedo explicar que en sus clases trabajábamos competencias.

Que todos tengamos un profesor como Luis Fernández es algo que ya se intentaba con la LOGSE. El intangible que persiguen las reformas y propuestas educativas en diálogo con Europa es que el aula sea un espacio igualitario donde crecer como personas conscientes, autónomas y responsables; adaptar la educación a un mundo en el que tenemos derecho a no dejar de aprender nunca, y el deber de cuidar este derecho individualmente. Los nuevos modelos educativos intentan que salgamos de las escuelas llenos de curiosidad, y de las universidades desbordantes de preguntas y ganas de hacer cosas. Esto no va a pasar nunca si no llevamos grano al molino porque nos parece que sus aspas son manos de gigante. Es cierto que faltan medios, formación y recursos humanos. Sobre todo recursos humanos. Pero Luis Fernández no se escondía detrás de los exámenes, ni esperaba una reforma educativa a su gusto, para enseñarnos con su ejemplo que el sistema educativo no conoce a nadie y, aún así, es responsabilidad de todos.

Las nuevas leyes educativas ocupan los titulares de prensa, pero dentro de las aulas no se rompe casi nada. Por eso me rechina cuando alguien se queja de que con las reformas solo vamos a peor, y que antes se aprendía más. Cosas como que “Bolonia” estropeó la Universidad, cuando hay asignaturas en las que se sigue enseñando lo mismo y de la misma manera que antes de Bolonia. Es normal aprender menos ahora si nos enseñan lo de antes, si no nos adaptamos a los nuevos objetivos, si no hemos cambiado la cultura, que no es nuestra historia, sino nuestra manera de copar un presente lleno de vidas.

Por eso sé que mi pelea es convencer a mis discentes de que no los cambio por nada y que nos necesitamos todos por igual para llevar la asignatura a buen puerto, de que no los juzgo, de que sus errores son oportunidades para aprender, y que mi experiencia, conocimientos y curiosidad son los de uno más. Me niego a ser el corrector de faltas de ortografía del móvil, un gramófono para manuales de otro mundo, o un reflejo de nuestra incompetencia para vivir en democracia. Me peleo para que mañana sepamos escribir el futuro con una mirada curiosa y el corazón lleno de buenas intenciones. Me peleo por la red de personas que debe tejer el sistema educativo de una sociedad democrática, por las personas con las que comparto aula.

Y sí, me resultan indiferentes los intentos de solucionar cosas con leyes que casi nadie lee.

(*) Profesor del área de Filosofía en la Escuela de Magisterio de Zamora