Estaba servidora dándole vueltas y más vueltas al feo asunto del empecinamiento de Donald Trump en su afán por quedarse, en su afán por permanecer como inquilino de la Casa Blanca más allá del 20 de enero, cuando me encuentro de lleno con uno de los siempre interesantes artículos de Amador Pérez Viñuela, portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Peñausende, publicado ayer mismo en nuestro periódico. Un artículo impecable con el que comulgo plenamente y del que me quedo con una frase que tiene su enjundia. “Trump acabará en la irrelevancia”. No podía haberlo expresado mejor.

De ser el presidente del país más poderoso del mundo, comandante en jefe de sus Fuerzas Armadas, también las más poderosas y sofisticadas del mundo, y quien mueve los hilos de la política internacional, una vez efectuado el traspaso de poderes, el magnate americano no tardará en caer en la irrelevancia. Salvo los yanquis de la América profunda, sus palmeros, que los tiene, los fanáticos, que en Yanquilandia abundan, y poco más, nadie recordará con admiración o con afecto a ese Trump bronco, adusto, permanentemente malhumorado que creyó desde un principio que ser presidente de Estados Unidos consiste en hacer lo que le viniera en gana a cada momento.

Los vecinos del Norte y del Sur y la propia Europa que ha debido soportar sus ínfulas, no guardarán buen recuerdo de este presidente que no ha sabido perder pero tampoco supo ganar. No se gana para humillar, no se gana para despreciar, no se gana para ningunear ni al adversario, ni a los países más económicamente débiles, ni a las sociedades más vulnerables. Todo lo dicho y mucho más empujará a Trump a caer en la irrelevancia que apunta el señor Pérez Viñuela.

En la irrelevancia es donde deben permanecer todos los malos dirigentes que en el mundo han sido y son. La irrelevancia espera a los que han gobernado y gobiernan al estilo Trump. ‘Yo soy aquí quien manda porque este país es mío’. Se equivocan de medio a medio cuantos así piensan. Los que gobiernan deben saber que están gestionando un préstamo que se les ha hecho. Los que se muestran incapaces de motivar e inspirar deben abandonar, deben irse al grito de ¡ya!

Como diría Churchill: “No es un momento para la comodidad y el confort. Es el momento de la osadía y la resistencia”. Aunque su frase hay que enmarcarla en la II Guerra Mundial bien puede aplicarse a la situación actual de un gran país gobernado por un palurdo que desde el momento de su toma de posesión quedó marcado por el estigma de la irrlevancia.