Con permiso de la maldita pandemia, por estos pagos de pan llevar siguen pasando historias de esas que, pese a ser reales, podrían calificarse de surrealistas o kafkianas o fellinianas. Realismo mágico a la zamorana. Episodios que vienen a desmentir ese viejo y desgastado dicho que asegura que Zamora ni habla ni da que hablar. ¡Ja! Otra cosa es que, como somos pocos, mayorcitos y humildes, nadie conceda demasiada importancia a nuestros avatares. Si llegan a suceder en Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia, Mallorca o Sevilla, tenemos teles y programas especiales de la mañana a la noche. Y debates con invitados, expertos, analistas y demás gente lista, tales como influencers, medidores de app on line, family banker, identity politics, feminism whashing, new school, spring semester y, como decía una de mi pueblo cuando conoció Marbella, “otras incrustaciones similares”. Pero de nosotros no se acuerdan ni para explotar y sacar partido a nuestras rarezas. Ellos se lo pierden.

Leyendo noticias publicadas por este periódico uno no puede por menos que preguntarse: ¿en todas las ciudades españolas andan los policías nacionales con los pantalones rotos o remendados? Si es así, me callo y entiendo que el asunto no haya requerido más atención, pero, claro, si solo ocurre en Zamora, qué pena tener que despachar el asunto con el silencio pese al juego que podría dar mismamente en el Congreso. ¿Se imaginan a Casado, Abascal o Arrimadas subiendo, indignados, a la tribuna para interrogar a Pedro Sánchez o al ministro del Interior sobre los remiendos (en los pantalones) de Zamora? A Rufián, a los de Junts per Catalunya, Bildu o a los del PNV no me los imagino por mucho esfuerzo que haga. Allí sus polis, los ertzainas y los mossos, van como dios manda, sin sietes ni costurones. Y si hay que votar uniformes nuevos para Zamora, pues apoyarán al Gobierno, que habrá afirmado que ya están en camino, que todos los españoles somos iguales, incluso a la hora de lucir zaragüelles en misiones de patrulla o vigilancia. Cosas de la política.

El caso es que unos cuantos policías nacionales zamoranos andan con las calzas agujereadas, cual aprendices de queso Gruyere. En verano no es tan grave; se les ventilan muslos, pantorrillas y demás, pero, en invierno, la cosa cambia. Digo yo de suministrarles unos hornillos o braseros a pilas si es que no llegan gregüescos nuevos y abrigados. Cualquier cosa con tal de no ver a nuestros policías nacionales pasando frío e incomodidades en sus horas de trabajo. En sus próximas reivindicaciones, que las habrá, además de pedir aumento salarial y otras mejoras, tendrán que reclamar, al menos aquí, pantalones decentes. O como mínimo un vale para ir a la costurera y que ponga una pieza donde sea menester. Esperemos que lo consigan.

La segunda historieta surrealista me pilló con el paso cambiado. Y no porque no conozca otras parecidas, sino por la, al parecer, imposibilidad legal de arreglar el embrollo. Resulta que en Prado, un pueblo de Tierra de Campos con 53 censados, no se hacen las cuentas municipales desde 2015. O sea cinco añitos sin saber cómo se gastan los dineros, cuánto se recauda, cuánto se paga, en fin, esas cosas. La secretaria no tiene tiempo. 53 habitantes deben de ser muchos, demasiados, para llevar los libros al día. La alcaldesa está tan desesperada que ha anunciado su dimisión. Ahí os quedáis con Prado… y con la secretaria, le ha dicho a la Diputación, a la Junta, al Consejo de Cuentas, al Ministerio de Hacienda y a todos aquellos organismos que llevan meses y meses pasándose la pelota y sin darle soluciones. A causa del incumplimiento, Prado tiene retenidas subvenciones por valor de 30.000 euros. A la secretaria-interventora (aunque de interventora tiene poco, no interviene) no parece afectarle mucho. Ella cobra sin problemas 14 pagas de 540,71 euros más la Seguridad Social (265,87) y un cheque de 584 para sus gastos. (Dicen en el pueblo que en bolígrafos para hacer las cuentas se gasta poco). Kafka en estado puro. Y en Tierra de Campos.

La tercera noticia tiene argumento conocido, pero esta vez más cargado de bombo: el lobo y sus cosas. El pobre e indefenso depredador se ha metido ahora con un labrador que iba en su tractor. El bicho llamó a los de Lobo Marley y a otros similares y les preguntó si perseguir a un agricultor era delito o no. Le dijeron que no se preocupara, que sucediese lo que sucediese, ellos lo defenderían y denunciarían al campesino si este le hacía frente. Que procurara no pasarse, con un susto valía, para que supiera quién mandaba allí. Y si le averiaba el tractor, que lo arreglase, que para eso era suyo. Y el lobo atacó. El pobre labrador teme represalias. Las quejas son también atentados contra la fauna salvaje y el desarrollo sostenible. A callar, que aúlla el lobo.