Con “S” de Sánchez se escribe el presente. Se distorsiona y manipula el pasado. Se destruye el futuro. No es Iglesias sino Sánchez quien está decidiendo el camino a seguir, forzando todas las costuras de nuestro vestido constitucional, fijando prioridades, línea de acción y objetivos de un gobierno para el que no existe más que el propio interés.

Con la “S” de sangre con la que mandando al vertedero de la ignominia el acuerdo de concordia suscrito por la unánime voluntad de los españoles entre la muerte en la cama y en pleno ejercicio de su poder del dictador y la aprobación de la Constitución democrática de 1978. Se pinta el abrazo con los terroristas y los cómplices de los terroristas en una operación de lavado y blanqueo de la sangre derramada -prácticamente toda en democracia-. Un abrazo en el que la aprobación de los presupuestos no es el fin en sí mismo, sino la excusa perfecta para hacer en toda España lo que, sin necesidad aritmética, Sánchez ya hizo en Navarra y quiere hacer en el País Vasco, configurar una permanente mayoría de izquierdas en la que agrupar todo lo que está fuera del ámbito de la derecha, el centro y la izquierda moderada o socialdemócrata (también estos últimos le sobran aunque le siguen haciendo de parapeto por mucho que anuncien náuseas y vómitos).

Con la “S” del sudor de las clases medias, de los pequeños, medianos y no muy grandes empresarios, de los emprendedores, los autónomos, los profesionales. De quienes no saben sino trabajar para sacar adelante vida y familia. Todos ellos fácil carne de cañón para las subidas indiscriminadas de impuestos por la vía del aumento de tipos, de la invención de nuevas causas por las que ser gravados, de la persecución casi policial, cuando no cercana a mafiosa, con la multiplicación de normas, desarrollos reglamentarios, circulares interpretativas y arbitrariedades limitativas de derechos, libertades y seguridad jurídica. Se salvarán de inicio las empresas verdaderamente grandes, el sátrapa siempre necesita su respaldo o al menos su presencia para obtener recursos con los que alimentar publicitariamente a los medios de comunicación que interesen al poder y porque, como están regidos por directivos que juegan con dinero ajeno su consigna el siempre llevarse bien con aquel del que pueden obtener prebendas.

Con la “S” en que culminan las lágrimas de quienes, al albur de una mala política de lucha contra una pandemia y una igualmente mala concepción de la economía y la creación de riqueza, se ven obligados a cesar en sus negocios, se van a la quiebra o al paro. Las de aquellos que ven rotas sus familias, sus entornos sociales o de amigos. Su ámbito de vida y actividad profesional. Las de aquellos, finalmente todos salvo los pocos disidentes que vayan quedando y sobreviviendo, que van sintiendo cómo el empeño liberticida va terminando con las libertades individuales, con los derechos fundamentales, con los grandes consensos que hacen avanzar a las sociedades por el desarrollo de sus individuos.

Con “S” de Sánchez, lo opuesto al Churchill autor de la frase, estamos empezando a escribir las más siniestras páginas de nuestra historia reciente. Y no vamos a mejor.

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