El invierno se aproxima a Zamora con crudos datos en lo sanitario y en lo económico. La pandemia sigue sin doblar su curva con una mortalidad escandalosa, aunque el miedo o la tendencia a volver la cara frente al dolor que representa cada cifra de decesos, corren el riesgo de anestesiarnos frente a un desastre cuyas consecuencias económicas se agudizan cada día que pasa. Este jueves la hostelería de toda España, también la de Zamora, salía a las calles solicitando ayudas y bonificaciones fiscales para un sector que atraviesa una situación desesperada. Un día antes, los agentes sociales y la Junta de Castilla y León firmaban el acuerdo para un plan de choque regional de 82 millones de euros de los que buena parte está destinado, precisamente, a esas ayudas que se reclaman. “Necesario pero insuficiente”, calificaron patronal y sindicatos el acuerdo sellado, mientras el presidente de Castilla y León apostaba por el documento como el inicio de la ansiada recuperación económica.

Zamora se enfrenta a esta crisis con las fuerzas muy mermadas. Quienes se manifestaban esta semana, mayoritariamente, son los dueños de pequeños bares, de restaurantes, de hoteles que no forman parte de ningún emporio internacional. Para todos ellos será muy difícil volver a empezar. Porque se trata de eso: un proceso de reiniciado para el que necesitan el concurso y el apoyo de las instituciones. Más aún: si esos 82 millones de euros del plan de choque quieren ser la base de la recuperación, tendrán que marcar el inicio de un cambio drástico en el modelo productivo, una demanda que Zamora viene capeando desde hace décadas más mal que bien y que ahora se convierte en necesidad perentoria.

La semana pasada LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA ofrecía a sus lectores una entrevista con el prestigioso psiquiatra Luis Rojas Marcos, que tanto ha escrito sobre el poder del optimismo, incluso en tiempos tan oscuros como estos. El doctor, que visitó Zamora años atrás, hablaba en aquella ocasión del poder de resiliencia y de las estrategias que nos ayudan a levantarnos. Comparaba la estabilidad emocional de las personas con las operaciones que realizan las gentes adineradas, que nunca depositan toda su fortuna a una única “apuesta”, sino que diversifican sus fondos, garantizándose siempre un salvavidas en caso de que alguna de esas “apuestas” se vaya a pique. El símil explica a la perfección la fallida estrategia de la economía provincial, a la que condena su falta de diversificación.

En los años de oro de la construcción, Zamora gozaba de un potente sector que daba empleo y generaba riqueza. Las sucesivas crisis, el estallido de la “burbuja inmobiliaria” y la recesión borraron de un plumazo los años de las grandes constructoras. Pero la estrategia del “todo a una” siguió imperando y tomó el testigo la hostelería. El sector servicios absorbía el 42% del empleo provincial, en cifras del pasado año, aún sin contabilizar los estragos del COVID-19. Descontando la nada despreciable proporción de empleo público suscrito a las diferentes administraciones, los datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística reflejan que los puestos directos generados por la hostelería superan los 4.700 empleos, a los que habría que añadir casi 9.300 derivados del comercio y otros establecimientos igualmente ligados a la actividad comercial, herida desde hace años. Sumados, son 15.000 de un total de 64.000 trabajadores que constan como ocupados en las estadísticas de la Encuesta Nacional de Población Activa. La hostelería se había consolidado en la provincia como un sector que, además, se fortalecía cada año como consecuencia de un turismo cada vez más pujante. El pasado año, el 66% de la contratación realizada se contaba en este sector, frente al 12,8 en la industria.

Primero construcción, después hostelería. Y en ambos casos una terrible similitud a añadir: el perfil de los contratados que responde al del empleado medio en una empresa privada en Zamora. Hombres mayores de 35 años y que en un porcentaje superior al 38% no cuentan con titulación alguna ni certificación profesional. Solo poco más del 28% ha acabado la secundaria y el empleo más cualificado, vinculado a los titulados superiores ,representa solo un 8% del maltrecho mercado laboral zamorano, constituido en su mayoría por empresas de menos de cinco trabajadores o autónomos.

Con esta radiografía resultan evidentes las enormes dificultades que supondrá la imperiosa necesidad de modernizar y diversificar el modelo productivo y no solo el provincial. Porque, en realidad, el caso de Zamora viene a ser a escala el esquema que viene reproduciéndose en todo el país desde que se desmanteló la producción industrial y se produjo la devastadora reconversión que nos dejó a merced de un fenómeno tan volátil como el turismo. Un virus microscópico ha bastado para poner todo patas arriba. La reconstrucción no será fácil ni inmediata, aunque los más optimistas apuestan por una recuperación más pronta precisamente en la actividad ahora más castigada. Pero muchos habrán caído por el camino. Es muy probable que la hostelería sufra, como lo sufrió la construcción, su propia burbuja y, por tanto, sea víctima de una vulnerabilidad enorme para los grandes e insalvable para los que, simplemente, aspiraban a ganarse el pan diario levantando la trapa cada mañana.

A la vista está que la Humanidad es tozuda, de memoria cortoplacista e incapaz de asimilar la fragilidad de una civilización para la que algunos vaticinan su desaparición y otros su renacer después de la pandemia. El optimismo de que ese renacer es posible nos facilitará vencer los incontables problemas que tendremos que ir sorteando en los próximos años. Pero si no aprendemos la lección y empleamos todo nuestro esfuerzo, talento, y los necesarios fondos de financiación en apuntalar la necesaria diversificación y la mejora del perfil profesional medio, Zamora seguirá disputando las migajas de subsidios y condenada al vacío.