Parecía algo quimérico. Pero resulta que sí es posible hacerlo. Lo de publicar buenas noticias. Lo de dar gratas nuevas que suban el ánimo de la gente sin necesidad de rebuscar en las agencias de noticias. Ha quedado demostrado que insuflar optimismo no cuesta tanto, o al menos así lo parece.

Cuando los medios de comunicación nos abrasan con demoledores datos sobre la pandemia, va y surge una noticia, que incluye una entrevista refrescada en las fuentes del humanismo. Una noticia a la que quizás, en otro momento, no se le habría dado mayor importancia. Incluso, puede que hubiera pasado desapercibida. Pero que, ahora, en medio del duro panorama que nos rodea, ha destacado sobre las demás. Ha supuesto algo así, como si el tiempo se hubiera retrotraído hasta el pasado, hasta hace unos meses, cuando no sabíamos nada del Covid-19, ni del coronavirus y, si apuramos un poco, cuando no alcanzábamos a distinguir una epidemia de una pandemia.

Hace unos días, vino a resultar que una profesional de este periódico decidió extraer una noticia de donde parecía que no había nada. Fue como un acto de prestidigitación. Como una luz que se enciende en la oscuridad. De manera especial cuando uno de los protagonistas de la misma vino a decir aquello de que “No entiendo por qué se ha armado tanto revuelo; solo he hecho lo que debía”. Pero claro, ¿cuántos hacen, o hacemos, lo que deben o lo que debemos?

Esa frase no la pronunció ninguna personalidad de la ciudad, ni siquiera uno de esos paisanos con los que solemos relacionarnos habitualmente. Lo hizo una persona anónima, al menos hasta ese momento: un sin techo que supervive merced a que la gente que pasea por Santa Clara tiene a bien ayudarle con algunas monedas.

Quiso la casualidad, y posiblemente el destino, que el indigente se encontrara un teléfono móvil en plena calle; y que lo devolviera a su dueño; y que el dueño del teléfono fuera una persona espléndida, que le agradeciera su gesto con trescientos euros. No es fácil que se encuentren dos personas complementarias en un mismo lugar y en un mismo momento. Una de ellas muy necesitada, que podía haber optado por sacar algún dinero del pequeño artilugio que se había encontrado, como ayuda a su complicada supervivencia, y otra, un ciudadano anónimo que no dudó en premiar con esplendidez la actuación del mendigo.

Ambos pudieron reaccionar de diferente manera, pero no lo hicieron. Dos actores protagonistas de un bonito acto. Una manera ejemplar de resolver una situación que, si bien debería ser considerada como normal, la realidad cotidiana dice que no lo es tanto. Habrá quien no entienda tanto revuelo, como dijo el protagonista de esta pequeña historia. Pero, tampoco faltarán otros a los que les habrá llamado la atención. Otros muchos se habrán sentido salpicados por la emoción. Basta recrear la escena en la imaginación para llegar a sentir una vibración estimulante.

Pero si ambos personajes son dignos de ser reseñados, no menos la periodista que decidió dar carácter de noticia a un hecho aparentemente poco trascendente. Con ello, ha demostrado que la sensibilidad no ha desaparecido del mundo de la comunicación, sino que se encuentra escondida en alguna parte, y que el quid de la cuestión está en acertar a sacarla a la luz de vez en cuando.

Nos encontramos en un momento en el que se abusa de la rentabilización del miedo. Incluso existen algunos empeñados en negar la evidencia, tapándose los ojos con la mascarilla, en lugar de hacerlo con la boca y la nariz. Mientras, hay ancianos que mueren solos en las residencias, y padres de familia que, de la noche a la mañana, se topan con un ERE o con un ERTE. Tampoco faltan otros, como esa parte de la juventud que se da a las fiestas y a los botellones, que actúan como si nada estuviera pasando. Así pues, viene bien que se dé pábulo a las buenas noticias, pues, en tiempos de depresión no es bueno dar por hecho el aforismo británico de “No news, good news”, sino más bien todo lo contrario.

Cuando se percibe que todavía queda un tipo de gente, que se deja llevar por la solidaridad, siendo cómplice o protagonista de la misma, se entreabre una ventana de esperanza. Esas pequeñas, grandes cosas, son las que contribuyen a subir el ánimo, a recuperar la fe en que en las relaciones humanas no todo está perdido y que aún se puede enderezar el rumbo de esta sociedad decadente. Un triángulo formado por una persona necesitada, otra espléndida y una periodista con sensibilidad. Un puzle, perfectamente encajado, por triplicado, que ha servido de base para configurar una buena noticia.