Dicen que las rabietas y el mal perder son dos reacciones típicas de la infancia. Cuando un chaval piensa que todo el mundo debe bailar al son que él desea y comprueba que, por mucho que insista, no se sale con la suya, lo habitual es que salte como una escopeta, se enfurruñe o rompa a llorar como un desangelado. Nada de lo que asustarse, al menos de momento. Poco a poco irá aprendiendo que ya no es el centro del mundo, que en el mar de la vida navega junto a otros náufragos que también requieren algunas atenciones y que quienes le han acompañado (padres, hermanos, abuelos o amigos) no siempre van a estar diciéndole sí guana, qué rico eres y te comería a besos, aunque no te lo merezcas. El mal perder también provoca reacciones similares: enfados, amarguras, contrariedades, etc. En el fondo son respuestas de quienes no han asumido que en el juego de la vida cotidiana a veces se gana y otras muchas veces más se pierde, y que en ambos casos siempre hay que saber guardar las formas y, como decía mi abuela, la compostura.

Que estas reacciones y arrebatos sucedan en la infancia o adolescencia son habituales. Al fin y al cabo uno va construyendo su carácter a base de síes, noes y algún guantazo que aterriza en tu cabeza como por arte de magia. Lo preocupante es que en muchas más ocasiones de las deseadas estas manifestaciones también las podemos encontrar en personas maduras y talluditas. Seguro que si hacen un repaso encontrarán un buen puñado de este tipo de comportamientos en su círculo más cercano. Yo lo he hecho y, durante los últimos siete días, he registrado una docena de reacciones que más parecían de infantes consentidos que de personas hechas y derechas. Aunque como ejemplo de rabieta y de mal perder ahí tenemos al jefe supremo de Estados Unidos, el señor Trump, con sus ya famosas diatribas sobre los resultados en las elecciones presidenciales. Deberían difundirse en todas las escuelas del mundo para ponerlas como ejemplo de lo que significan unas palabras tan inapropiadas. Pero ya saben que Trump puede permitirse eso y mucho más.

Las rabietas y el mal perder revelan que el proceso de maduración está verde e inconcluso. Lo grave, sin embargo, es que a los setenta o más años haya personas con reacciones similares a las que pueden expresar chavales de cinco, siete o catorce años. Visto lo visto, ¿no creen que deberíamos dedicarle algo más de tiempo a reflexionar sobre cuestiones de tanta enjundia? Qué pronto se nos olvida que saber perder es tan importante como saber ganar. O viceversa. Ya lo decían algunos sabios que nos han precedido: “Si quieres entender a una persona, no escuches sus palabras, observa su comportamiento” (Albert Einstein); “Nunca pierdo, o gano o aprendo” (Nelson Mandela); “Prefiero incluso perder con honor que ganar haciendo trampa” (Sófocles); “Ganar es genial, pero si realmente vas a hacer algo en la vida, el secreto es aprender a perder” (Wilma Rudolph). Aunque como lección extraordinaria, me quedo con la frase de una de mis tenistas favoritas: “Si gano, es bueno. Pero incluso si no gano, seguiré sonriendo” (Simona Hale).