Incluso siendo lo que siempre fue, el PP ejerce aún de fuerza hegemónica necesaria para que la derecha materialice su ascenso al poder, gracias a la solidez de su estructura territorial, a una firme implantación a nivel nacional, y a la acostumbrada fidelidad de su electorado. Por ello resulta incomprensible el deterioro, con desastroso reflejo en las urnas, padecido a raíz de corruptelas, en el fondo ni siquiera corrupción con mayúscula, que no pasan de anécdota frente al saqueo de los ERE bajo responsabilidad política del PSOE y sus apéndices clientelares, sindicales o burocráticos.

La inmensa mayoría de militancia y cuadros intermedios de los populares son ajenos a tales desmanes. Mas no ocurre lo mismo con una cúpula que, en lo que va para dos decenios, ha cosechado no ya victorias o derrotas electorales, que de todo hubo, sino un descrédito inimaginable para lo que debe ser una derecha conservadora como modelo de conducta ejemplar ante los ciudadanos. La inercia partitocrática, la tentación de hacer de cargo y poltrona un modus vivendi, junto a los privilegios de sueldo y coche oficial, son un hecho en lo que concierne al PP, igual que al resto. Sin embargo, esto no explica lo decisivo. Después de medio siglo en que la derecha ha permitido a una quintacolumna marxista profundamente sectaria y de una incompetencia pavorosa colonizar las estructuras intelectuales, académicas y mediáticas del país, algún sector del PP parece redescubrir la “lucha cultural”, supondremos que no el Kulturkamp de tiempos pasados; habilidad a raudales, también para la terminología.

La indigencia intelectual de la derecha española es paralela a su probada idiocia en tales materias, no propiamente tecnocráticas ni de gestión. La confrontación ideológica que debiera haberse planteado hace décadas como conflicto abierto con una izquierda socialcomunista heredera perpetua del estalinismo y la Komintern, no puede resolverse de buenas a primeras con discursito ni eslogan improvisado. El conservadurismo demanda una doctrina incorporada de modo estable y coherente a sus programas, definidos en origen conforme a principios irrenunciables. Si el PP en calidad de partido hegemónico pretende remediar sus lamentables carencias “culturales”, acudiendo a la figura de Aznar impartiendo homilía liberal desde el púlpito bien regado de la FAES, se equivoca de medio a medio.

De nada vale pontificar sobre la libertad de mercado y demás axiomas ilusorios del librecambio decimonónico, cuando al presente no se es capaz de sentar cátedra, doctrina y premisa sobre el valor ético y político de la propiedad privada, como auténtica clave de bóveda de una gestión dirigida a la defensa a ultranza de las clases medias, que pasa por el ataque frontal al mito del Bienestar y sus políticas fiscales, de naturaleza confiscatoria. “Culturalmente”, no puede existir la menor veleidad ni complicidad con fuerzas ni programas socialdemócratas, cómodamente instalados en la forma degradada de socialburocracia, o sea, dispendio general a costa de la ciudadanía activa y propietaria, en beneficio de las mal llamadas políticas sociales, en realidad pesebre indigno de una partitocracia pastoreando latisueldo y prebenda oficial.