Vox ha cometido numerosos errores, incluyendo lamentables salidas de tono, tanto en lo judicial como en lo mediático. Pero Santiago Abascal, en forma y temple a día de hoy el más eficaz orador del hemiciclo sin llegar tampoco a Castelar, a falta siquiera de habilidad para hilvanar mensaje y contenido, ha incurrido en el de mayor bulto, consistente en que él mismo pecó e hizo pecar a su partido de un personalismo excesivo, incompatible con la tarea fundamental y aún pendiente, que pasa por una definición programática más allá de manifiestos emotivos políticamente fuera de lugar, aun nacidos de una indignación que comparte buena parte de la ciudadanía.

Pero el gran déficit de la derecha española, el mal de origen tantas veces repetido y consumado, viene como no podía ser de otro modo del PP en calidad de fuerza con ambición hegemónica, mientras ha sido incapaz de arrojar por la borda sus incontables lastres políticos, fruto de una mentalidad estrecha de aparato, carente de perspectivas más allá de poltrona y sueldo para una legión de paniaguados, cohorte de aplauso y estricta obediencia, en razón de lo mucho que se juega con el cargo.

En realidad, el hecho no es nuevo, ya que, pese a los tópicos, el liderazgo de Aznar resultó contra pronóstico un auténtico fiasco, como no menos fiasco fue el personaje cuyo mérito se redujo a enmascarar, bajo capa de un histrionismo y gestualidad inaceptables, una desastrosa gestión política abocada a la todavía más penosa de quien, no se olvide, fue designado a dedo y batuta sucesor in pectore de alguien que viene pasando por líder indiscutido de la derecha.

Es por eso que lo de la moción de censura se veía venir, salvo para aquellos que no quieren ni nunca quisieron ver. Casado, además de rehén del marianismo a través de viejas glorias y barones autonómicos, se ha mostrado en la línea del PP como lo que siempre fue. Un meritorio de aparato con cierta prestancia mediática, disimulando en sus orígenes la vacuidad de un discurso obediente, igual que a la larga inane en lo doctrinal y lo político.

El exabrupto contra Abascal que él mismo convirtió de forma innecesaria en centro del reciente debate parlamentario, se explica no ya desde la fortaleza, sino desde la profunda debilidad que obliga a día de hoy al tambaleante líder del PP, cuando menos de puertas adentro, a reafirmar mediante una agresividad extemporánea su propia posición, reservando ilusoriamente para su partido un espacio de centro que en la práctica ha quedado desdibujado, condenando a quienes pretenden ocuparlo a vegetar en la indigencia de una política sin futuro ni horizontes.

Mas lo anterior, en detrimento nuevamente de la derecha y el conservadurismo, tampoco supone otorgar demasiada confianza a Abascal y su partido, cuya reciente trayectoria, salvo un tirón electoral que bien puede naufragar de la noche a la mañana, deja mucho que desear en orden a su verdadera articulación, como fuerza política apoyada sobre una firme base doctrinal y programática.