Mi madre murió cuando le llegó su hora. Desde hacía tiempo padecía alzhéimer y se estaba curando de un cáncer linfático, pero en ningún momento la vida de mi madre dejó de ser digna. Pese a haber nacido en 1930, mi madre logró su cátedra en Lengua y Literatura españolas, siempre ejerció su labor docente y nunca dejó de leer, estudiar y aprender. Ni siquiera después de formar una familia o jubilarse.

Tampoco le restó ni un ápice de digna humanidad, cuando el avance implacable de la enfermedad del olvido le recordaba a diario que ya nunca volvería a recitar las Coplas de Manrique a la Muerte de su Padre, ni a declamar al Segismundo de La Vida es Sueño de Calderón.

Próximamente y a iniciativa del PSOE y Podemos, junto al resto de partidos cuyas voluntades consigan comprar, el Congreso pretende aprobar una Ley que permita legitimar en España, Portugal ya lo aprobó el pasado febrero, la muerte asistida para casos en los que la enfermedad y el sufrimiento sean tan insoportables que esta controvertida salida se convierta en la mejor opción.

La pregunta es cuándo puede la muerte resultar mejor opción que la vida. ¿Cuándo? No necesito ser portuguesa para sumarme a la causa del Partido Comunista de Portugal y de la Iglesia. La vida humana siempre es digna. La muerte nunca puede constituir una opción mejor que la vida. Nunca.

Recordemos Auschwitz. ¿Para los prisioneros de los campos de exterminio nazis, era la muerte una opción más deseable que sus miserables vidas? Sin duda. De hecho, muchos de ellos se quitaban de en medio antes de tiempo arrojándose contra las alambradas electrificadas. Y otros muchos no pudieron intentarlo, porque una de las consecuencias del síndrome musulmán, que deviene cuando la malnutrición llega a ser irreparable, es que junto a las energías se pierde toda voluntad, por lo que uno se limita a dejarse ir.

Hay que enseñar al PSOE y a Podemos, que la vida humana no es un pedazo de carne, útil mientras produce beneficios e inútil cuando deja de hacerlo

“Ehyeh asher ehyeh”, soy el que soy, contesta Yahvé en la Biblia. Igual que la vida humana, porque la vida humana es la que es. Limitada, con un principio y un final. Mortal. Y por lo tanto sujeta a la enfermedad, tristeza, dolor, infinitas penalidades, a la agonía y a la muerte.

Lo que hay que enseñar al PSOE, a Podemos y al resto de firmes defensores de este proyecto de ley de eutanasia por compasión, es lo que la vida humana no es: La vida humana no es un pedazo de carne, muy útil mientras produce pingües beneficios y completamente inútil cuando deja de hacerlo.

No somos un pedazo de carne que nace, y al que hay que socializar y adoctrinar. Tampoco un pedazo de carne en el que el Estado invierte en educación, lo justo para enseñarnos unos elementales conocimientos con los que insertarnos en el mercado laboral, para que de este modo procedamos a devolver la inversión realizada.

Ni mucho menos, somos un pedazo de carne cuyo único objetivo en la vida pasa por trabajar, consumir pagando el IVA, cotizar a la Seguridad Social, colaborar con Hacienda, y por supuesto, votar cada cuatro años para mantener a los padres y a las madres de la Democracia en sus torres de marfil. Ninguno de nosotros somos un pedazo de carne al que cuando la enfermedad y la vejez nos consigan doblegar hay que eutanasiar. Por compasión, eso sí.

Cuando la enfermedad y la vejez me consigan doblegar, mi vida seguirá siendo igual de digna. Lo que exijo del Estado, son los pertinentes cuidados intensivos, extensivos y paliativos, y no una ley de eutanasia. Pero claro, eutanasiar sale más a cuenta que invertir en sanidad