¿Cómo es posible que hayamos llegado hasta aquí? ¿Qué ha sucedido para que un maldito virus, invisible para los ojos de los humanos, haya trastocado los cimientos sobre los que hemos construido nuestra vida cotidiana? ¿Será verdad que, de tan acostumbrados como estamos a tropezar siempre en la misma piedra, nos hemos dejado arrastrar por nuestra supuesta capacidad de autosuficiencia y, por consiguiente, hemos olvidado una vez más que somos mucho más frágiles y vulnerables de lo que pensábamos? ¿Y si realmente estuviéramos en la antesala de un cambio de proporciones incalculables como nunca antes habíamos sospechado? ¿Se imaginan qué será de nosotros si los virus toman la delantera y consiguen por fin su objetivo, esto es, aniquilarnos de una maldita vez y que el género humano desaparezca de la faz de la Tierra? ¿Será ello posible o, como piensan los expertos de turno, volveremos a vencer a nuestro enemigo oculto, ese que nos está causando tantos estragos, tantas tensiones y tantos malestares personales y comunitarios?

¿Y qué escribir sobre quienes aún siguen pensando o predicando que todo esto es una enorme farsa, una mera representación teatral y un gran espectáculo mediático cuyo contenido gira, una vez más, en torno al poder, esto es, a las nuevas estrategias de dominación que se están desplegando a nivel mundial por parte de unos actores sociales, económicos y políticos vinculados con las grandes potencias (Estados Unidos y China, principalmente) y, por supuesto, con las grandes corporaciones multinacionales relacionadas con la industria farmacéutica y las nuevas tecnologías de la información y comunicación que dominan el mundo? ¿Serán verdad todas esas especulaciones o simplemente hay que imaginar que los problemas son mucho más simples de lo que parecen, sabiendo de antemano que, como casi siempre, ante una nueva catástrofe, como la que ahora estamos padeciendo, siempre vamos a toparnos con una legión de indecentes pescadores, dispuestos a obtener abundantes y copiosos beneficios en el río revuelto de las desgracias ajenas?

¿Y usted qué opina? ¿Se siente con ganas de cavilar o, por el contrario, las circunstancias y los estragos de la pandemia no le permiten pararse en mitad del camino a reflexionar sobre lo que estamos viendo, escuchando y experimentando? ¿Qué sensaciones le acompañan en estos momentos? ¿De ira, rabia, impotencia, enfado, indignación y nerviosismo? ¿O tal vez de paciencia, resignación, tolerancia, serenidad y aplomo? ¿Y cómo anda el nivel de las fuerzas físicas y emocionales? ¿Ha tenido que ir al taller a realizar algún ajuste o aún se siente con las suficientes energías para seguir adelante? ¿Y qué tal con las personas que le acompañan en esta dolorosa y atormentada travesía? ¿Habla con ellas, comparten las dudas y las incertidumbres, se apoyan o, como suele suceder en momentos de zozobra, como los de ahora, optan por las regañinas, las peleas y tirarse los trastos a la cabeza? ¿O mira para otro lado, esperando a que la tormenta pase lo más rápidamente posible y los rayos de sol regresen cuanto antes a nuestras vidas?