Todo el mundo sabía que la moción de censura presentada por Vox no iba a prosperar, que, como no tenía ni pies ni cabeza, no pasaría de un lamentable espectáculo teatral para mayor gloria de las barbaridades verbales, mentiras y exageraciones a granel, que se esperaban en el discurso de Abascal y demás compañeros mártires. En ese aspecto, no defraudaron a su hinchada. Hubo insultos y falsedades a porrillo.

Pocos intuían, sin embargo, el desenlace. El propio líder ultra se confesó perplejo y anonadado tras la intervención de Pablo Casado, que acabó desvelando (no podía ser de otra manera) el sentido de su voto y tomando una postura clara y contundente ante la iniciativa de Vox. Marcó distancias con su “hasta aquí hemos llegado” o “no queremos ser como usted” y otras frases y razonamientos similares que pusieron en pie a su bancada. También fue muy aplaudido por los suyos, incluida la heroína Cayetana Álvarez de Toledo, tan centrista que reclamaba la abstención y parecía colocarse en la equidistancia entre Abascal y Pedro Sánchez, o sea, dirá ella, entre dos radicales, con la diferencia claro de que uno es un patriota español y el otro quiere destruir España y convertirla en república bolivariana. El problema no es que lo diga; el problema es que se lo crea.

Cayetana aparte (y algún “cayetano” más, aunque vitoreara), lo indiscutible es que Pablo Casado fue el ganador del debate. O eso dicen los entendidos, que haberlos haylos. La incertidumbre sobre el sentido de su voto dio paso a la sorpresa y, en cierto modo, a la admiración por un discurso brillante y bien construido en el que, por una vez y sin que sirva de precedente, el destinatario de las diatribas no fue Pedro Sánchez, aunque algo le tocó, sino un Abascal que no daba crédito a lo que estaba oyendo. No había más que verlo removerse en su asiento y comprobar su mirada para saber lo que estaba pasando por su cabeza. La leña no venía ni de miembros del Ejecutivo, ni de amigos de Maduro, ni de nacionalistas, ni de separatistas, ni de los amigos de ETA, ni de los paniaguados de Ciudadanos, sino de un antiguo compañero de partido a quien permite gobernar en Madrid, Andalucía y Murcia. Y eso tuvo que ser muy duro para él. Ahora la raya ya no estaba entre patriotas españoles y el resto, sino que a un lado de la frontera se situaban todos los demás y al otro solo Vox. Claro que Abascal bien pudo pensar, dentro de su lógica habitual, lo que comentaba una señora viendo un desfile militar: “No es porque sea mi hijo, pero es el único de los mil que lleva bien el paso”. O sea, que la verdad siempre estará de su parte, voten lo que voten 298 diputados; con los 52 suyos le basta para ser el único que lleva bien el paso.

De modo que ya tenemos un vencedor (al menos fue al que más elogios dedicaron expertos y analistas, no confundir) y un perdedor (en este coinciden todos). Y en medio, el destinatario de la censura, un Pedro Sánchez que no sospechaba que Casado iba a pasarle por la izquierda en sus estacazos a Abascal y que iba a acaparar los titulares de la segunda jornada del debate. Es decir, salió incólume, sin que casi nadie se preocupara de él dadas las atrocidades orales que perpetraron los de Vox. A Santiago Abascal tendría que recordarle su confesor que Dios castiga también las exageraciones, sobre todo si faltan a la verdad, y que ese torrente de descalificativos suele volverse contra quien los lanza. Y el mejor ejemplo, el que nos ocupa.

Una vez finalizada la moción de censura con el resultado de todos conocido, las preguntas son inevitables: ¿cambiará algo la postura del PP ante los gravísimos problemas que inundan España?, ¿retornará la confrontación descarnada y brutal o habrá lugar para el entendimiento?, ¿mantendrá Casado esa actitud apuntada en su discurso o, por el contrario, volverá a las andadas de estar más cerca de Abascal que del centro? ¡Ah, el centro! Vuelvo a oír y leer que la intervención de su líder muestra que el PP se escora hacia el centro y ya se sitúa en él. Pero ¿no estaba allí desde que Fraga inició tal odisea, completada por Aznar y rematada por Rajoy? Ahora el perplejo soy yo. Creí que los populares estaban en ese centro inmaterial desde hace siglos. Se ve que no. Ahora, sí; ahora ya se acercan. Dentro de mi perplejidad, mantengo la esperanza. Parece que Casado cambia de rumbo y se aproxima a lo que tiene que ser un partido de derechas europeo, moderno y con aspiraciones de volver a gobernar para lo cual es imprescindible haber sido una leal oposición, que, hasta ahora, no ha sucedido. Confiemos en que pase, y pronto, de las palabras a los hechos. Por el bien de todos.

Y mientras tanto, que Abascal repase el refranero español. Hay uno que le viene al pelo: ir por lana y salir trasquilado.