El milagro de los penes y los palotes

Los ojos son la voluntad que le da forma a la vida. Pero por desgracia, lo que vemos, no siempre exalta el lado más convincente de la inteligencia. Es curioso, con ellos podemos distinguir la sensibilidad; podemos leer el libro más absurdo e incluso ver el lado más generoso del amor. Me refiero a ver bonito lo feo, y con color, lo gris y pardo. Además (por si fuera poco) con los ojos podemos participar de la insistencia sin que se note. Ya lo creo, ya... Los mirones se animan solos, cualquier ocasión es buena para darle sentido al término. Muchas veces (sonrío) se reconocen tanto en lo que miran que pueden llegar a excitarse. Pero excitarse de verdad. La entrepierna afirma lo que pretendemos negar con nuestro silencio.

Hace pocos días, con el último canto del gallo casi reciente, me fui a tomar café a un bar. Era pronto, aún la noche imponía su autoridad y el día ni tan siquiera recelaba de ella. No estaba muy concurrido, por lo tanto, era posible identificar todas las presencias y sin hacer esfuerzo. Desde el ángulo natural de la mesa, pude ver, que yo era la única mujer en el bar que alumbraba con café el amanecer. El resto era todo hombres; unos tomaban café y otros copas de lo que fuera. Animados con “sus cosas” hablaban y hablaban. Menos uno, sí uno que estaba solo, y supongo que por aburrimiento no paraba de mirarme. Comprendí (sonrío) que me estaba desnudando con la mirada y con la discontinuidad del hecho no me quedó más remedio que dejarme. Al rato llegaron dos hombres y se pusieron a su lado. Los tres llevaban el mismo mono de trabajo; de forma natural, el mirón dejó de mirarme, pero no sabía yo que lo “mejor” estaba por venir... Entre risas escucho: “joder, tío, ¿qué te ha pasado hoy qué estás “to” palote? Al escuchar semejante cosa, no pude contener la risa, por lo visto: los ojos son igual que las tiendas de chucherías. Ya ven, con ellos, se pueden convertir los penes en palotes.