El valor universal de la educación siempre está presente en todos los estados democráticos. Un valor que no solo tiene que ver con la enseñanza de las letras y los números, sino con la ética, la moral y el cuidado integral de los derechos humanos. Tolerancia, respeto, libertades, convivencia, civismo frente a todos aquellos que destruyen las sociedades o las convierten en un erial de intolerancia, odios y fanatismo, son sus claves. Sin embargo, en el mundo en el que vivimos el blanco y el negro no siempre son tan fáciles de distinguir. Y hay blancos que sacan a relucir lo negro de una forma desaprensiva y totalmente radical y terrible. Y es muy difícil saber cómo actuar contra ellos, y saber si el blanco debe esperar su momento. Porque cuando se pretende imponer, lo único que provoca es más dolor…

Digo todo esto en memoria del profesor de historia y geografía Samuel Paty, del Collège du Bois-D’Aulne, asesinado por un refugiado checheno, en Conflants-Sainte-Honorine, tan solo por mostrar en clase las caricaturas de Mahoma que publicó la revista satírica Charlie Hebdo. Otra funesta circunstancia, otra víctima mortal más, aparte de las que se produjeron en la redacción de la misma, en 2015. Paty era un buen profesor, cercano a sus alumnos. Estos le han caracterizado de docente sonriente y alegre que los animaba al debate en sus clases. Sin embargo, todo se fue al traste el pasado 16 de octubre cuando un chico se acercó a él con un cuchillo y le arrebató la vida, para después, en un acto macabro, decapitarlo, y subir la imagen de su cabeza a las redes sociales en el nombre de Alá, con varias frases en Twitter de las que se podía destacar: “He ejecutado a uno de tus perros del infierno que han osado rebajar a Mahoma”.

La policía logró identificarlo y cuando fueron a detenerle, el sujeto se resistió y fue abatido. Monsieur Paty, de 47 años de edad, estaba casado y era padre de un hijo. Enseñaba a pensar, no solo sobre el pasado, sino sobre el presente. Ya que el pasado mes de septiembre había empezado el juicio contra los autores del ataque a la revista satírica, decidió sacar a colación el tema en el aula. Sensible a la posible afección de sus alumnos musulmanes, permitió que aquellos que no quisiera ver las imágenes, por el valor ofensivo que podrían tener para ellos, podrían cerrar los ojos o bien salir de clase. No los obligó a mirar. Abordó un tema muy sensible, pero necesario. Aun así, lo que no podía esperar es que la reacción más furiosa proviniera de fuera. De un padre que decidió lanzar una campaña difamatoria contra el docente afirmando que les mostraba pornografía, incluso, exigió su expulsión del centro. Al no ser escuchado, no dudó en grabarse un vídeo que se propagó enseguida por los círculos más radicales. Fuego que llama a fuego. Hasta que un sujeto exacerbado decidió acabar con el docente como si este hubiese cometido el más horrendo de los crímenes y él fuera el brazo vengador de la injuria. Tristemente, el hecho ha corrido como una corriente eléctrica por toda Francia.

Y, ¿ahora? ¿cómo encajar el duro golpe recibido? ¿Cómo combatir el fanatismo sin asomarnos a la locura de este radicalismo ciego y homicida que vive en su pequeño universo oscuro sin poder hacer una crítica del mismo? De hecho, es evidente que no son los jóvenes, o todos los jóvenes, el problema, sino sus progenitores y la problemática de cómo construir un diálogo interconfesional adentrándose en un territorio tan lleno de minas como es el fanatismo religioso. Francia, España y Europa, en general, debe vivir permanentemente en guardia a este respecto, no solo para acabar con los grupos yihadistas, sino para implementar una semilla de respeto y pluralidad que impida que nada parecido pueda repetirse. Es difícil, porque hasta ahora lo que se temía eran grupos terroristas cuya estrategia fuera atentar. Luego, pasamos a los lobos solitarios y, ahora, a los vengadores solitarios. Difícil detener esto si no se moviliza a la sociedad. Desde luego que siempre hay temas controvertidos. Porque la libertad de expresión choca, en ocasiones, con la sensibilidad de otros que consideran que esta es ofensiva para sus creencias y actúan en consecuencia. No hay duda de que la funesta historia de Charlie Hebdo continúa y no de la mejor manera. Paty no pretendía ser un héroe, únicamente creyó que sería sensato que sus alumnos se acercaran y comprendieran un hecho que ha marcado a fuego a la sociedad francesa y europea. No podía imaginar las consecuencias.

En todo caso, respetar y buscar la manera de entender el fanatismo es no rendirse jamás e implica adentrarse en esa senda tenebrosa para distinguir con nitidez transigencia e intransigencia. Porque siempre, hay actitudes extremas que, por mucho que queramos racionalizarlas, resultan incomprensibles. Eso no impide que busquemos la difícil fórmula para desactivar esos odios, desde la razón y el sentido común en la escuela, valorando sus nocivos efectos. En este caso, el padre ofendido tanto como el que mató al docente es responsable de lo ocurrido. Pues el Islam no es una cultura de odio contra los infieles. Eso no es la esencia del mensaje de Mahoma, no lo ha sido nunca, solo la irrupción de las corrientes yihadistas ha pervertido su mensaje. Salvaguardar y respetar la vida es un elemento esencial constitutivo dentro de la fe musulmana, así como en la de la cristiana, pero siempre hemos sido incongruentes con ella, se ha antepuesto la violencia a vivir en la fe con guerras, conflictos y masacres, que han marcado y siguen marcando nuestro devenir contradiciendo ese principio. Tener unas creencias no es incompatible con que otros ostenten la suyas. No debería haber ninguna rivalidad entre sí sino comprensión y tolerancia… incluso para los que ofenden. Samuel Paty intentó enseñar a sus alumnos y lo pagó con su vida. Su asesinato no implica que la llama de su espíritu se haya apagado inútilmente, al contrario, es un recordatorio para cada docente de que nuestra labor por la defensa de la libertad, de la vida y el entendimiento humano, es más útil que nunca.Doctor en Historia

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