“No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita”. (Buda).

En momentos pasados, de cierto bienestar económico generalizado, al menos externamente, porque la procesión va por dentro, se impuso la cultura de la apariencia, del “postureo”, lo que siempre hemos conocido como “el quiero y no puedo”, o el vivir por encima de nuestras posibilidades. Cada uno sabe el estado de su economía familiar y deberá actuar en consecuencia. Debido a ese aire que se respiraba en la sociedad consumista se generaron ciertos deseos de tener siempre más y más, como dice la canción:

“Todos queremos más y más y más y mucho más ...

El pobre quiere más

El rico mucho más

Y nadie con su suerte se quiere conformar

Pero no hay que olvidarse

Que uno tiene corazón”.

El tener más no significa ser más felices, el tener hambre de querer siempre tener más y más, es generalmente causa de insatisfacción y sufrimiento permanente por no poder alcanzar todo lo que se anhela.

Leía recientemente, una reflexión del científico Stefan Klein que dice así: “El bienestar requiere cierta capacidad de renuncia y que es más feliz quien se conforma con su poder que quien quiere tenerlo todo”.

Hemos de llegar a la conclusión de que podemos vivir con bastante menos de lo que tenemos, me refiero a ropa, relojes, zapatos, etc... y demás objetos, incluidos móviles, ordenadores y mil y una maquinitas de juego...

Pensemos, por un momento, en la cantidad de cosas inútiles que nos rodean en nuestra casa y de las que podemos prescindir totalmente, pues estoy seguro que algunas de ellas aún no les hemos dado utilidad y son simples adornos. A modo de ejemplo, miremos la cristalería de nuestras vitrinas. Cada uno se conteste a sí mismo y se percatará que pasan de generación en generación sin apenas utilizadas, a veces, son meros elementos decorativos, sin utilidad práctica.

En conclusión, que nos llenamos de cosas inútiles, innecesarias, que lo único que hacen es ocupar las reducidas viviendas actuales.

Recuerdo una expresión que siempre me resultó graciosa, la de tener las casas llenas de “monigotes”, esto es, de objetos de poca importancia y que ocupan mucho.

Hemos de ir podando todo aquello que nos ata y dejar espacios libres de nuestra vida para disfrutar de lo que realmente nos enriquece, como lo es disfrutar de la compañía de nuestros amigos, dar un paseo por el campo, contemplar un amanecer, una puesta de sol, disponer de tiempo libre para leer, pasear, ver una película, escuchar música, en definitiva, hacer lo que nos produzca satisfacción y nos disminuya el nivel de estrés, tan propio de la sociedad que nos está tocando vivir.

Hemos de ir renunciando a todo aquello que no favorece nuestro bienestar espiritual, anímico y físico, y que va minando y dañando nuestra salud y nos va haciendo esclavos del tener. Soy consciente que la renuncia supone esfuerzo y elección, pero de lo que se trata es de ser felices con lo que tenemos y no anhelar lo que nos resulta inalcanzable.

¡Qué importante es saber renunciar!, máxime en estos momentos, donde la cultura nos invita a tener, conseguir, acumular, y a no renunciar a nada.

Procuremos ser felices con menos. A veces nuestra felicidad consiste en saber renunciar y procurar ser felices con lo que tenemos, pues no es posible tenerlo todo, cada uno sabemos lo que debemos priorizar y para ello es necesario renunciar.

Recuerdo una frase de Epicuro:”El hombre es rico desde que se ha familiarizado con la escasez”.

Espero que estas líneas nos sirvan a todos, para reflexionar y reorganizar un poco nuestra vida y considerar que como dijo Thomas Merton “ La felicidad no es una cuestión de intensidad, sino de equilibrio y orden, ritmo y armonía”.

Pedro Bécares de Lera