Dado que la pandemia persistirá durante bastante tiempo, es lógico pensar que los padres tendrán que seguir ayudando a los profesores de sus hijos en una modalidad de aprendizaje que será cuasi semipresencial; así que, creo que necesitan saber un poco más sobre este proceso que supone mucho más que la mera transmisión. La verdad es que, bien mirado, también supone una oportunidad de saber un poco más sobre qué se traen entre manos con sus hijos. Este será el primer encuentro en el que me centro más en cuestiones puramente educativas, sobre todo, para ayudar a comprender un poco más cómo funciona el trabajo del profesor y así poder ayudarle, pero empecemos por el principio.

Hagamos un pequeño test. ¿Saben cuál es el estilo de aprendizaje de sus hijos?, ¿Cuál es su modalidad sensorial preferida para procesar la información?, ¿Saben si es bueno que repasen hasta justo antes de irse a la cama, o hasta justo antes del examen o del control?, ¿Saben cuán buenos son en empatía, o en trabajo en equipo?, ¿Saben cómo motivarles cuando no les gusta lo que aprenden, o si en realidad pueden aprender algo que no les guste?, ¿conviene darle libertad para que se organice el tiempo?, ¿Cómo les respondemos si nos piden ayuda con las tareas: les respondemos que pregunten al profesor, se las hacemos directamente, les ayudamos a hacerlas? En el centro de cada una de esas cuestiones, y de la educación actual en general, está el reconocimiento de que no hay dos estudiantes iguales, de ahí que tenga su lógica el hablar de aprendizaje personalizado y menos lógica hablar de inclusión, porque si todos somos diferentes, la naturaleza de la inclusión se disipa.

No vamos a marear con definiciones formales de aprendizaje personalizado, pero sí es importante saber que es posible con una variedad de herramientas, todas con un propósito: que el estudiante encuentre un significado personal de lo que aprende, el llamado aprendizaje significativo. ¿Qué es esto?, muy sencillo. Seguramente si les pregunto qué comieron el martes de la semana pasada, no lo recordarán; sin embargo, si les pregunto por el día de su primera comunión, el día de su boda, el primer beso, la muerte de un familiar muy querido, etc., serán capaces incluso de darme detalles, aunque ya haya pasado mucho tiempo. ¿Cuál es la diferencia? La significatividad, la importancia que esos acontecimientos tuvieron para usted, pero, ¿qué les aporta esa significatividad? La emoción.

Cuando oímos decir que somos seres racionales, no es cierto; somos seres emocionales y en aprendizaje aún más. Fíjense. Nuestra memoria de trabajo, situada en la parte más racional del cerebro coincidente con nuestra frente, es como un pequeño funcionario que trabaja día y noche para seleccionar los recuerdos que guarda a largo plazo y los que desecha y tira a la papelera para el olvido. Esta memoria trabaja con dos herramientas de selección: el sentido y el significado, en ese orden; esto quiere decir que, si algo es comprensible y coherente, podemos recordarlo, pero que la probabilidad aumenta mucho si, además de tener sentido, tiene un significado para nosotros; para ello, la memoria de trabajo cuenta con un estupendo ayudante, un pequeño órgano en el sistema emocional de nuestro cerebro, el hipocampo, que imprime emoción, en el momento de construir el recuerdo.

Así, cuando el profesor explica la importancia de encontrar el sentido personal del contenido que aprende el estudiante, no es que suene bien pedagógicamente, es que la neurociencia así nos lo está diciendo y el profesor lo usa. Ahora, ustedes pueden ayudarles.

Una de las formas para que el estudiante dé un sentido personal a lo que aprende es asegurar que los estudiantes tengan voz y elección en su camino educativo. Las herramientas digitales en este nuevo contexto semipresencial, brindan esa oportunidad de control sobre el ritmo de instrucción y la libertad de elegir el contenido que les interesa. Un posible modelo de trabajar profesor-familia que los americanos nos proponen, sería:

El primer paso, al inicio de una unidad o de un bloque, se centra en que los maestros den a los estudiantes una voz en su aprendizaje mediante la creación de metas individuales y la adaptación de las tareas, las evaluaciones y los espacios físicos en función de lo que funcione mejor para ellos en función de sus habilidades académicas, intereses y objetivos. Los profesores los supervisan periódicamente, brindan apoyo y orientación según sea necesario. En el segundo paso, los estudiantes se encargan de co-crear su ruta de aprendizaje y sus estrategias. El estudiante se responsabiliza de las elecciones que hace y en el tercer paso, la relación alumno-maestro evoluciona hacia una asociación donde los alumnos marcan el ritmo y la dirección, y las lecciones se expanden fuera del aula a través de experiencias reales y otros recursos e intereses.

Las herramientas que padres y profesores pueden compartir para ayudar serían:

a) Los perfiles de estudiantes, que son informes que detallan los desafíos, fortalezas, motivaciones y metas de un estudiante. Se desarrollan con la aportación de los propios estudiantes e incluyen intereses y circunstancias personales. Ayudan a los estudiantes a realizar un seguimiento de su progreso e inculcan un sentido de propiedad de su aprendizaje.

b) Las evaluaciones. Se trata de compartir resultados en diálogo padres-estudiante y que el propio estudiante verifique las habilidades o estándares para mostrar cómo se relacionan con sus objetivos.

Evidentemente no es una tarea fácil. La educación no es fácil, pero si el problema venía por el alto número de estudiantes en un aula, donde el profesor no podía centrarse en los diferentes estudiantes y obtener la información sobre su proceso de aprendizaje, los recursos tecnológicos y los entornos de aprendizaje flexibles, junto con la ayuda de los padres, lo ponen algo más fácil.