Europa prima la agricultura ecológica, lo que motiva que negacionistas de la emergencia climática y el Green New Deal se cambien de chaqueta: son los “ecologistas de PAC”

En nuestro Edén ultraliberal, donde todos tenemos un precio, la tierra es un bien raíz más. Y como tal, su función no es la de producir garbanzos, queso de oveja, aceite o aerogeneradores, si no la de rentar el máximo beneficio económico a su propietario. Si a lo anterior sumamos, que la ganadería de montanera, trashumancia y pastoreo está siendo fagocitada por la industria del pienso para humanos, verbigracia la industria alimentaria, que no necesita tierras sembradas de cereal o forraje, porque las integradoras imponen que sus animales se ceben sólo con sus piensos compuestos medicalizados, entenderemos mejor el cambio de rumbo que se está produciendo en el rural español.

Lejos quedan ya aquellos años de reivindicaciones agrarias vitales y sujetas a lógica. Sólo unos pocos podríamos hoy contextualizar históricamente aquel “La tierra para el que la trabaja”. Qué importa, si ya nadie quiere trabajar la tierra. Nadie. A excepción de unos pocos, entre ellos los escasos ganaderos de montanera, trashumancia y pastoreo, que continuamos apacentando a nuestros rebaños en modo tradicional con lo que produce el campo, tal y como se viene haciendo desde que allá por el Neolítico se inventó la agricultura y la ganadería. Porque trabajar cansa, produce escasos beneficios, y es más cómodo esperar a ver qué subvenciona Europa.

A nadie sorprenda pues que al igual que un trigal produce trigo, y el sueño de la razón produce monstruos (Goya dixit), un sistema aberrante, y la PAC tal y como está concebida lo es, sólo pueda producir aberraciones. Como que firmes defensores de macrogranjas porcinas, algunas de ellas, por ejemplo, la de Hellín en Albacete, contamina más que una refinería de petróleo, declaren sus tierras como agricultura ecológica en la nueva PAC. O como que, puede que si llegado el caso y la PAC del futuro, Dios no lo quiera, subvencionara las fincas de algodón recogidas por esclavos negros, estos ahora ecologistas de cartera llena y sin escrúpulos ni conciencia se reconvertirían sin dudarlo en las nuevas Scarlett O´Hara.

En la gran ciudad crece otro tipo de ecologista, también de cartera llena, pero escaso sentido común. Estos ecologistas de pandereta prefieren superalimentarse con maca andina y chía mesoamericana antes que con un lechazo de pastoreo y con alimentos de proximidad y kilómetro cero. Sin importarles las consecuencias que se derivan de su libre y contradictoria elección, como el despilfarro energético en el transporte o la esclavitud a la que se aboca a algunas comunidades indígenas. Ya existe una etiqueta internacional Cruelty free (libre de crueldad), para certificar los productos de origen animal producidos sin crueldad contra éstos. Así que ¿para cuándo una etiqueta Cruelty free que garantice que un alimento vegano ha sido producido sin ocasionar maltrato a los campesinos que lo han sembrado y recolectado en cualquier parte del planeta?

Aviso para navegantes: la palabra ecología, procede del griego, oikos para decir casa y logia para conocimiento, y sirve para definir la ciencia que estudia las relaciones que establecen las infinitas especies con el medio natural que habitan. Así que eco-oportunistas de PAC y eco-urbanitas de pandereta, que no saben diferenciar al mastín del carnero padre, aparte, más nos vale a todos tomarnos muy en serio la protección de esta casa común que habitamos, o no será tan sólo el mundo rural el que no tenga ningún futuro.

(*) Ganadera, escritora y alcaldesa de Prado