No hemos hecho más que empezar el curso y ya se oye por los pasillos: “estoy agotado”, “no puedo más”, “esto es inhumano”, “han cerrado mi aula por un caso positivo, si doy yo también qué voy a hacer”. Se oyen lamentos sobre los padres que, con buena intención, siguen viniendo a buscar a sus hijos y disfrutan de alegres conversaciones a la entrada del colegio, eso sí, con la mascarilla dispuesta para que en caso de que den el aviso de “policía a la vista” la tengan a mano para ponérsela de inmediato y cumplir con la ley. Aunque no es mi intención en este encuentro tratar del cumplimiento de la ley por obligación o por convencimiento -si bien daría para un jugoso artículo- sí considero necesario que los navegantes educativos, técnicamente llamados agentes: padres y autoridades educativas entre otros, vigilen la curva de salud mental del profesorado y sean conscientes del peligro de que caiga en el denominado síndrome del profesor quemado o en inglés: burnout.

El final del semestre pasado terminó con un profesorado ahogándose en reuniones con el Zoom u otras herramientas, calificando, asesorando y enviando deberes a los padres las 24 horas, los siete días de la semana. Sin embargo, aunque se les pidió un esfuerzo extra, no fue tal, porque de alguna manera, el agotamiento se había normalizado mucho antes en el ámbito educativo. Cuando formo a profesores, lo primero que percibo en ellos es ganas, ideas y motivación, pero también mucha frustración, porque se sienten insosteniblemente estresados; muchos expresan-ya antes de la pandemia-: “es literalmente imposible completar esta cantidad de trabajo en un día de 24 horas”, “mi lista de tareas pendientes se hace más larga cada día en lugar de más corta”. Asimismo, desde la administración cada año, haya pandemia o no, nos dicen que tenemos que hacer más con menos, pero, en algún momento, simplemente no hay más agujeros para apretarnos el cinturón. La pandemia de coronavirus es una tormenta perfecta para el agotamiento de los profesores, puesto que presenta nuevos factores estresantes sin eliminar los viejos ya existentes.

Si bien estamos inmersos en una sociedad con tendencia a agregar la palabra “agotamiento” a cualquier tema, la Organización Mundial de la Salud dice que el agotamiento se refiere específicamente a fenómenos en el contexto profesional y lo incluye en su clasificación internacional de enfermedades como: “un síndrome resultado del estrés crónico en el lugar de trabajo que no se ha manejado eficientemente”; sus síntomas principales: sentimiento de agotamiento, de falta de energía, aumento de la distancia mental o cinismo, desconcentración, negatividad hacia el trabajo, reducción de la eficacia profesional, sentimiento de falta de control sobre los resultados, etc., lo que va más allá de simplemente tener demasiado trabajo en una temporada.

Es cierto que padres y autoridades exigen que los estudiantes consigan los objetivos de aprendizaje y que el profesor representa la autoridad que vela por la consecución de los mismos; sin embargo, no es menos cierto que las prioridades educativas del siglo XXI señalan hacia ciertos desarrollos personales en relación a los cuales el profesor representa una ayuda o guía consistente en incrementar la autonomía del estudiante a través de los contenidos, por lo que seguir con el mismo modelo tradicional del pasado año con un profesorado con menos tiempo y más estrés que nunca, no es una solución sostenible ni humana.

Esto es algo que deben tener muy muy muy claro, padres, gestores y autoridades educativas, así como el propio estudiante, apoyando y no dificultando esa labor de guía del profesor hacia la autonomía del alumno. Repito que todos debemos tenerlo muy claro, porque ante una situación tan complicada, con un profesorado agotado, un futuro inmediato incierto y unas autoridades que suelen actuar a posteriori, es esencial que todos colaboren y apoyen en algunos aspectos que, en mi humilde opinión, podrían ayudar a aliviar el agotamiento innecesario a padres, profesores, autoridades educativas y al estudiante:

a) Clasificar qué trabajo es esencial y qué trabajo es razonable por parte del profesorado hacia los estudiantes y por parte de los gestores educativos del centro hacia el profesorado.

b) Establecer unas expectativas por parte de los padres y de los profesores hacia los estudiantes que no sean exageradas.

c) Valorar el trabajo de calidad del estudiante sobre la cantidad, tanto por parte del profesorado como de los padres.

Como ejemplo de estos tres aspectos, un compañero de facultad ha pasado el mes de agosto revisando su plan de estudios para abordar mejor los problemas relacionados con COVID-19 y la justicia social y lo pasó de un formato semestral tradicional a unidades de aproximadamente ocho semanas, que cree más propicias para el aprendizaje a distancia. Todo eso ha requerido que la facultad lo apoye y que el personal de tecnología trabaje cooperativamente para apoyarlo. Si bien en la Universidad contamos con la ventaja de libertad de cátedra, bien podría ampliarse a otras etapas educativas en estos momentos. Es esencial fomentar y modelar el equilibrio entre el trabajo y la vida personal y familiar del profesor por parte de las autoridades educativas de los centros. No es suficiente con que los correos electrónicos empiecen con: “la salud y la seguridad de nuestros profesores, alumnos y de sus familias son nuestra primera prioridad”, cuando siguen acciones que impactan negativamente. Reconocer cuánto ha aumentado la carga de trabajo docente y administrativo y un: “te respaldamos”, y actuar de acuerdo con ello, resulta más útil.

Se trata, permítanme una frase algo rebuscada, pero acertada, de descubrir activamente cómo eliminar las cosas que podríamos dejar de hacer. De otro modo, no estaremos muy lejos de un profesorado extenuado y sin fuerzas de acometer un curso con las mismas condiciones que el anterior. Navegar y sobrevivir al agotamiento no debería depender de la fortaleza de miembros individuales, sino más bien de una verificación de la realidad con respecto a las expectativas de los profesores este año escolar, que se les escuche y se cuente con ellos y que se cuenten las experiencias académicas y escolares comunes de las que nadie habla, incluido el agotamiento.