Estoy viva porque veo y escucho cosas... ¡O no!… No sé. Es difícil saberlo. Quizás suene raro, pero tengo razonables dudas de que aún esté aquí…

Siempre he tenido dificultad para precisar el contorno exacto de las cosas, cuánto más esa línea divisoria que debiera separar de manera inequívoca, si es que existe, la noche del día, el sueño de la vigilia o la luz de la sombra; la normalidad, incluso, de la locura... ¡Es todo tan extraño de un tiempo acá… ! Desconozco qué puede haber pasado, pero lo cierto es que nada de lo que me rodea pertenece a mi mundo. La lámpara, la alfombra, esa novia que me sonríe desde la fotografía de la mesilla, la cómoda, el arcón de la esquina, la imagen que el espejo del armario me devuelve envejecida o los árboles que crecen en el parque más allá del ventanal… Todo me sorprende con su presencia. Es como si hubiera sido arrojada a una isla encantada y fuera descubriendo a cada paso sus prodigios. En cualquier caso, soy tremendamente feliz, justo como cuando era niña aunque… no sé. También podría ser que esté ya en la otra orilla y me encuentre vagando en el tenebroso mundo de los espectros… Por qué no. Antes o después todos acabamos cruzando la laguna en la barca del anciano barquero de modo que podría ser eso, ya digo, aunque no podría precisarlo...

Además me estoy volviendo olvidadiza. No he perdido el contacto con la realidad, pero soy incapaz de descifrarla. Y es que..., desconozco qué hago aquí. Alguien me ha sentado en el borde de la cama y me está poniendo el camisón. Noto su cariño y el rostro me es cercano pero no recuerdo quién es por más que lo intento. Un ejército de voraces gusanos se ha instalado hace tiempo en mi cabeza y la perforan con infinidad de agujeros por los que se escapan recuerdos y certezas… ¡Extraño tanto mi mente! Hasta el cuerpo me resulta ajeno; sus órganos no me obedecen y por los vericuetos de una memoria hecha jirones tan sólo alcanzo a vislumbrar estampas de la infancia. Un día la niebla será total en mi cerebro y entonces olvidaré el significado de los vocablos y el nombre de las cosas; después, las palabras abandonarán definitivamente mi corazón y dejaré de hablar.

… Acaba de ponerme el camisón y me acuesta. El gentil desconocido dice que es muy tarde y que repito constantemente las cosas, pero yo nunca repito constantemente las cosas y además no es muy tarde porque hace buen día, parece, y parece que toca un tamboril. Ahora me desea buenas noches y me besa la frente. Me arropa. Apaga la luz. Pruebo a cerrar los ojos y, de inmediato, oigo risas de niños y veo una escuela surgir entre la bruma. Soy feliz. Me encuentro bien. Sí, y además hace buen día, parece, y parece que toca un tamboril...

–“Sí, madre”–, oigo que dice el extraño antes de abandonar el dormitorio, –“Parece que toca un tamboril”.

(La semana pasada tuvo lugar el Día Mundial del Alzhéimer. Sirvan estas líneas de homenaje a quienes padecen esta enfermedad y de reconocimiento a cuantos les atienden).