Soy expaciente de la 5ª planta COVID del Hospital Virgen de la Concha de Zamora. Durante 17 días estuve ingresado en una de sus habitaciones y desde las páginas de LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA, quiero mostrar mi eterna gratitud a todo el personal que consiguió que pudiera dejar, lo que allí comprobé que se puede denominar como “la antesala del tanatorio”.

La evolución de la enfermedad, en principio, no daba los resultados esperados, pero el empeño y tesón, del doctor Miguel y de todo el equipo que me trató logró que el tratamiento lentamente hiciera efecto en mi cuerpo y comenzara a reaccionar y, ahora, ya me recupero en casa.

Los fármacos y el oxígeno suministrados no hubieran hecho su efecto sin la dedicación absoluta de enfermeras y enfermeros. En cada turno, lo primero que oía de sus bocas era, “cómo estás hoy”, ¡qué lástima que no pueda poner cara a mis cuidadores!, todos ellos envueltos en esos trajes blancos plastificados con ribetes azules, del mismo color que sus calzas, allí todos eran iguales, sin nombre y todos me daban el mismo trato “mañana ya verás, estarás mejor”. Y qué decir de las auxiliares, trabajando a destajo, por limpiar, alimentar y cuidar a todos los pacientes de la planta, ahogándose en el propio aire que exhalan de su respiración. Y, aún batallando con el trabajo, nunca les faltaba ese trato de cariño hacia los pacientes. Desde mi habitación podía escuchar las palabras de ternura, sobre todo con los enfermos de más edad, no olvidemos la soledad de los pacientes COVID. En este apartado de las auxiliares, tengo un recordatorio para dar mil gracias a mi “ángel de la guarda”, ella sabe quién es, le debo un cachito de recuperación, eres una gran profesional, pero sobre todo tienes un corazón muy grande.

Pero no quiero cerrar todavía el capítulo de agradecimientos.

Fuera ya del hospital, mi mayor gratitud es para mi mujer y mis dos hijos y el resto de la familia. El reconocimiento especial es para mis dos hijos, que se han enfrentado con gran coraje a un apartado de la vida, que todavía no les tocaba vivir.

También debo eterna gratitud a los amigos, que con sus mensajes de ánimo me han levantado todas las veces que caía, y han sido muchas, a los compañeros de trabajo de mi mujer y a los míos, que han estado apoyando y enjuagando nuestras lágrimas, que a lo largo de la enfermedad fueron algunas.

A todos, al equipo médico, enfermeras y enfermeros, auxiliares, limpiadoras de la planta 5ª COVID del Hospital Virgen de la Concha, familia, amigos y compañeros, gracias por estar ahí transmitiéndome fuerza y energía, os estaré eternamente agradecido.

Ángel Rodríguez Campo