Al final sólo le quedaba la sonrisa. No podía moverse. Acurrucada en la silla de ruedas, mantenía su eterna sonrisa y su dulce mirada, esa que toda su vida le acompañó y que fue su única forma de comunicación en estos últimos años. Los ojos de la doctora Rosaura Peñín ya no comunican, su sonrisa nos seguirá alegrando desde donde se encuentre.

Quienes tuvimos la dicha de compartir con ella aquellos años de nuestras vidas de estudiantes en Salamanca, aquellos momentos tomando un vaso de leche caliente en “El Cafetal”, supimos comprender el verdadero sentido de la palabra amistad. Dejaba lo suyo para estar siempre pendiente de cualquier detalle y dispuesta a ayudar. Ella era vida. Todo bondad. Desprendía ilusión y cariño. Irradiaba la alegría que brota de los corazones grandes y el de Rosaura, lo era.

Rosaura era la joven agradable, dulce, apacible y sonriente, mujer universal, nacida en Granja de Moreruela, que escuchaba siempre a quien lo necesitaba. Sus palabras sinceras y candorosas, nos daban fuerza para superar los malos momentos.

Era soñadora y divertida, pero siempre con los pies en el suelo dispuesta a dejar el alma en la ayuda, en el apoyo a los demás. Sabía que la vida no era un camino de flores, y, por eso se esmeraba en intentar que cualquier viento fuera favorable.

Concluyó brillantemente la carrera de Medicina. Quiso estar siempre a lado de los más necesitados, de los más débiles. Tuvo oportunidades, por su elevada cualificación profesional, de escalar a puestos más cómodos, más relevantes, y, sin embargo, sólo pensaba en el día a día, no pensaba en el mañana, pués como decía Serrat, mañana es sólo un adverbio de tiempo. Decidió dedicar la mayor parte de su trayectoria profesional a velar por la salud de los presos de la cárcel de Topas.

Dedicó sus amplios conocimientos médicos al servicio de los más menesterosos. Hizo de su profesión un instrumento para ayudar a superar situaciones difíciles.

No paró de trabajar. No tenía tiempo para ella, era feliz dándoselo a los demás. Ella se centraba en cuidar a las personas privadas de libertad para que saliesen a la calle sin su salud deteriorada por el tiempo transcurrido entre rejas.

Siempre sobrada de delicadeza. No amaba la lisonja y rechazaba los elogios. Tenía el respeto y la consideración de sus pacientes, y, asímismo, la admiración de sus compañeros. Era tan dadivosa, tan desprendida, que prefería escuchar los problemas y preocupaciones de los demás, a exponer los suyos, pues no quería inquietar a nadie. Absorbía los problemas ajenos, hasta que su salud se quebró.

Llevaba ligero el peso de su trabajo. En los últimos años le empezaban a flaquear las fuerzas. Temía llegase el momento en que no pudiese atender a sus pacientes como su profesión y su corazón le dictaban. La enfermedad se cebó con ella, pero su fuerza interior le permitió seguir sonriendo. Su mayor talento era la dedicación, el esfuerzo, la pasión y la entrega en todas sus acciones, no dejando nunca nada al azar en su trabajo, volcándose en afrontar y combatir las enfermedades de sus pacientes, no pudiendo, sin embargo, vencer la suya.

Rosaura Peñín, amiga Ro, te has ido, pero tu sonrisa estará siempre en nuestro recuerdo. Tu vida, será para todos quienes hemos tenido la dicha de ser tus amigos, un ejemplo. Has dejado de sufrir, ahora sufrimos nosotros por haberte perdido. Nos consuela que mientras recordemos tu sonrisa, seguirás viva en nuestros corazones. Tú sabías que la alegría en el enfermo es la mejor medicina y sabías transmitir felicidad y regalar sonrisas.