Hace mucho tiempo que visito la Sierra de la Culebra, más que nada atraída por su principal icono, el lobo. Después de unos años he decidido fijar en esta sierra mi segunda residencia. Lo que me atrae de ella es que aquí aún pervive el espíritu de lo salvaje. Para mí es como volver al origen, a relacionarme con la tierra, a quitar del medio todo lo que estorba, esas necesidades impuestas de la gran urbe. Aquí vuelvo a lo simple, a lo auténtico.

No concibo estos montes sin ver los robles centenarios, algún sorprendente abedular, el suelo tapizado por su característico brezo florido contrastando contra el cielo azul. No concibo estos montes sin su silencio, sin su fauna salvaje, sin sus gentes. Por eso sufro cuando la sierra sufre. Cuando lo que me atrajo hasta aquí se desvanece.

He visto sus cicatrices, minas a cielo abierto de otro tiempo que aún perduran y sangran. Minas que no han asentado población, que no han aportado avance económico. Que han contaminado y destrozado un entorno privilegiado. Que solo han supuesto el enriquecimiento de unos pocos, dejando luego tirados los despojos. Aquí han quedado los inmensos vestigios pétreos de un supuesto “progreso”, en lugares a los que ahora nadie quiere ir.

No considero que esto sea el progreso. Es una vuelta atrás. Ha quedado demostrado varias veces con las diferentes minas abandonadas que permanecen salpicadas por la zona (Flechas, Boya, Mahíde). Para mí la riqueza es otra cosa.

Reclamo que se respete a la gente que vive en y de esta tierra. Que se respete su valor ecológico, su fauna, su flora, su red fluvial, su paisaje, sus notas sonoras. Y sobre todo reclamo que se respete la ley, sin triquiñuelas. Que se cumpla el fin para el cual se crearon la Reserva de la Biosfera, la Red Natura 2000, las zonas ZEC de Especial Conservación y las normativas europeas.

Por todo ello no llego ni a calcular el demoledor y contaminante impacto medioambiental que la explotación a cielo abierto de la mina de Valtreixal pueda ocasionar en la comarca de Sanabria. Me haría replantearme muchas cosas, incluida mi estancia allí.

No quiero más heridas incurables sin cicatrizar en esta sierra. No se lo merece. No nos lo merecemos.

Carmen Toribio