Reza un viejo proverbio, que cada cual se aplica a su albedrío, que no hay bien que por mal no venga. En este caso, el mal, tremendo, descorazonador, fue el fuego que devoró el pasado 6 de septiembre varias naves de Cobadu. Y el “bien” (entre comillas, obviamente) la repercusión del suceso y, especialmente, la toma de conciencia de la sociedad zamorana, y de algunas más, sobre la importancia de la cooperativa radicada en Moraleja del Vino, pero arraigada y presente en toda la provincia y en otras limítrofes. No es una cuestión baladí. Y menos en esta tierra en la que no acabamos de dar importancia a lo nuestro y en la que, por mucho que nos duela, seguimos con un espíritu cainita que frena iniciativas y cercena proyectos. Si vienen de fuera, se aplauden, aunque se pongan pegas. Si los promueven los de casa, los peros son mayores y los recelos aumentan. ¿Qué se creerán estos si su abuelo andaba vendiendo pimentón por los pueblos y pasaron más hambre que un gato en una parva? No, nunca fuimos una sociedad solidaria y generosa con los suyos. Mejor que se fueran; en Madrid hacen carrera todos, aunque siga diciéndose que los hombres, como el vino, pierden bastante en cuanto bajan el puerto.

Por eso lo de Cobadu es un milagro, un gran milagro. Y la mejor demostración de que si se quiere y se gestiona bien, las cosas funcionan. ¿Alguien podía pensar hace unos años que una cooperativa de agricultores y ganaderos dedicada, en principio, a fabricar piensos podía convertirse en la primera empresa de Zamora? Seguro que los pesimistas, no. Y que tampoco lo veían nada claro todos aquellos que se remontaban a ciertos años aciagos en los que fracasaron muchas pequeñas agrupaciones de campesinos para comprar un tractor o una cosechadora. ¡Cuántas veces oí decir en mí pueblos y alrededores que las cooperativas no eran para esta tierra, que fracasaban todas, que cada cual solamente iba a los suyo! Y si les decías que ahí estaban los ejemplos de Gaza, de Covitoro, de Acor, de Asovino, te replicaban que eso era otra cosa. ¿Y Cobadu? También era otra cosa. Es decir una cooperativa gestionada, llevada, como hay que dirigir estas entidades. Y acababan dándote la razón. Entonces, ¿por qué desconfiar de las cooperativas?, ¿por ese temor ancestral?, ¿por pruritos mal entendidos? Habrá muchas explicaciones; ninguna convincente.

Y quien todavía tenga dudas que mire, repase, el ejemplo que hoy nos ocupa, Cobadu. Pero, claro, para muchos zamoranos (prohombres de Santa Clara a la cabeza) la cooperativa radicada en Moraleja estaba ahí, pero como si no estuviera. Era algo de los de los pueblos, de esos seres extraños que aun no han descubierto los beneficios de vivir en la capital. Y el incendio, las terribles llamas de principios de mes, han revelado muchas cosas, han aportado desde su tragedia lecciones para no olvidar. Y es que, a mi juicio, Cobadu ha pasado de ser una entidad meramente económica a un fenómeno social y a todo un símbolo. Lo era, sin duda, antes del incendio, pero se ha intensificado después. ¿Por qué? Quizás porque somos muy dados a reconocer méritos propios si viene alguien de fuera (con autoridad, por supuesto) y nos lo dice. Y han venido, entre otros, el consejero de Agricultura y el ministro del ramo no solo para prometer ayudas y apoyo a Cobadu (esperemos que de las palabras se pase a los hechos), sino para recordarnos el peso de la cooperativa, su importancia económica y para el empleo y la trascendencia de su labor para hacer rentable el campo y para frenar la despoblación.

Y también para poner a Cobadu como un espejo donde mirarse. Frente al victimismo y al pesimismo secular de esta tierra, ahí tenemos un modelo, una guía, todo un símbolo. ¿España vaciada?, ¿estudios, análisis repetidos, declaraciones, libros blancos fotocopiados? Más fácil: Cobadu. Y otros Cobadues existentes. Y muchos Cobadues posibles. Posibles si hay ganas, esfuerzos, trabajo y buena gestión. Y si la sociedad zamorana, y no como hasta ahora, se implica a fondo en la defensa de lo suyo, que sigue siendo, prioritariamente, el sector agrario. Esa es, entre otras muchas, una de las lecciones del suceso de Cobadu: Zamora parece haberse dado cuenta de lo que tiene y de aquello por lo que es menester luchar.

Y hablaba antes de gestión. Nada de lo logrado en Cobadu se explica sin su gente y, especialmente, sin la labor de Rafael Sánchez Olea y su equipo. Cuando se jubile (ojalá tarde), alguien debería montar una escuela de gestores agrarios para que él la dirija o asesore. Hacen falta muchos directivos como Rafael para dinamizar el sector. ¡Y qué mejor profesor y maestro!