En el comienzo de este peculiar septiembre académico, me viene a la mente la imagen de aquellos forofos del fútbol cuando, en el tiempo de prórroga, el jugador de su equipo va a lanzar un penalti que es decisorio del partido. En esos segundos, se hace un silencio sepulcral en el estadio, nadie mueve un músculo y todos dirigen su mirada concentrada hacia el trayecto del balón hacia la portería en una esperanza casi desesperada de que su energía llegue al jugador y este encuadre el balón en la red de meta para ganar el partido. Con esa expectación ha iniciado el curso la comunidad educativa. Con mucha esperanza, pero con mucha incertidumbre.

Según el sociólogo Hofstede, somos una cultura que maneja la incertidumbre de una manera muy curiosa. Este autor dice que podemos caracterizar una cultura por el grado de evitación de la incertidumbre y, en este sentido, España es una paradoja. Necesitamos tener reglas, normas y leyes para todo; sentimos la necesidad de regular cada aspecto en la vida, porque queremos evitar la incertidumbre, pero después, en su cumplimiento, tendemos a no seguirlas o a evitarlas, porque nos complican la vida. Queremos tener la seguridad que nos proporcionan las leyes y normas, pero, al tiempo, queremos posibilidad de autonomía para desarrollar nuestros principios personales que consideramos tan importantes como las reglas o las normas establecidas. Esta paradoja, gracias a Dios, en esos tiempos de total incertidumbre juega a nuestro favor. Las viceconsejerías de política y de organización educativas dictaron desde Madrid, el pasado julio, algunas instrucciones sobre medidas organizativas y de prevención, higiene y promoción de la salud frente a COVID-19 para centros educativos en este nuevo curso y describieron cuatro posibles escenarios:

–Presencialidad con medidas de higiene extraordinarias

–Presencialidad parcial

–Confinamiento

–Normalidad, sin problemas de COVID-19

Ya estamos más tranquilos porque hay norma, pero a partir de ahí, la discusión no ha ido más allá de describir el posible riesgo para los estudiantes, sus familias y los educadores asociado a cada opción. Por un lado, el coronavirus puede propagarse por pasillos y aulas, incluso si la tasa de transmisión y los casos graves son bajos. Recordemos Israel donde decidieron reabrir las escuelas con pocas restricciones, dado que el índice de casos era muy bajo; sin embargo, la cantidad de infecciones en los niños se disparó rápidamente, seguida por los casos en mayores. Por otro lado, es realmente crítico para el desarrollo de un niño estar cerca de sus compañeros y estar cerca de una comunidad de adultos que promuevan su desarrollo.

Asimismo, el escenario de aprendizaje virtual prolongado podría perturbar el desarrollo social y educativo del niño y puede tener graves repercusiones económicas a medio-largo plazo, sobre todo, para padres que se vean obligados a dejar un trabajo al que difícilmente podrán volver.

En un intento por minimizar los daños, es donde entra la paradoja española en el manejo de la incertidumbre. La norma de la autoridad competente ya está dictada, pero, la individualidad, la autonomía relativa de cada centro, de sus educadores y de sus gestores, entra en juego desarrollando, con una increíble disposición, variedad de planes preparados para cambiar de rumbo si cambian las condiciones locales.

Esto nos hace pensar en cuáles son las capacidades clave en los modelos de liderazgo y gestión educativas y en la necesidad fundamental de que se basen en desarrollo y la participación del profesorado, en una organización menos centralizada y realmente colaborativa, que, a mi entender, se basa en:

–El compromiso empático que supone la orientación para construir relaciones interpersonales, para comprender y cooperar con los otros.

–La disposición a la acción y al logro hacia los resultados y la calidad en lo que hacemos, mediante control y verificación o la planificación de los principales objetivos.

–La reflexión asociada a un pensamiento analítico y a un pensamiento conceptual para identificar modelos o escenarios futuros para explicar una realidad compleja.

–La visión global o estratégica, la creatividad o la innovación a partir del conocimiento del entorno.

En suma, nuevos tiempos exigen nuevas formas. No podemos poner en marcha nuevas estrategias con antiguas capacidades. Ya sea que los chavales asistan a las aulas o aprendan de forma remota en casa, los profesores estarán ahí para apoyar su desarrollo y los gestores educativos de cada centro están ahí para desarrollar y apoyar a sus profesores. Por ello, pido desde este rincón la alineación de recursos, esfuerzos e inversiones con las capacidades y las competencias de estos profesionales educativos que son, al fin y al cabo, los que están en el día a día con los auténticos protagonistas. Pido un aplauso para todos ellos.